sábado, 6 de junio de 2009
Lunes 8 de junio en Villa María Córdoba
El lunes 8 de junio a las 20 hs. en la sede de la medioteca municipal se presentará el libro Asfalto en la ciudad de Villa María Córdoba. Los esperamos
viernes, 18 de abril de 2008
El escritor que se adelantó medio siglo. Osvaldo Bazán . Cronica de la Argentina (Director Jorge Lanata)
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=2551
1967. Pellegrini en la noche de la calle Corrientes, que tan bien había descripto.
1967. Pellegrini en la noche de la calle Corrientes, que tan bien había descripto.
Asfalto fue censurada en los sesenta y su autor, condenado a tres meses de prisión por tocar un tema tabú: la homosexualidad. Hoy es objeto de homenajes y ediciones aquí y en el extranjero. La historia de un auténtico artista.
“Yo ni sabía que se podía prohibir un libro”, dice Renato Pellegrini ahora, cuando ya todo pasó, pero eso no significa –ni mucho menos– que todo eso que pasó no importe. Importa y cómo. Renato Pellegrini fue una estrella de la literatura argentina aunque su luz, la del cometa, se apagó a finales de los 60 y es ahora, cuando el siglo XXI ya es costumbre, que vuelve a brillar como antes, más que antes. La novela que escribió entre 1960 y 1963 y que publicó en 1964 tuvo un pedido de captura (ver recuadro). Se llamó Asfalto y fue un best seller, el libro del que todo el mundo hablaba hasta que llegó el silencio.Ya su amigo Manuel Mujica Láinez se lo había anticipado cuando en el bar La Fragata de Corrientes y San Martín, sin sentarse, escribió el prólogo del libro, guardó la lapicera y le dijo: “No te lo firmo porque con este libro te meterán preso y yo no quiero verme metido en ese lío”. “Pero yo lo tomé como una broma”, dice ahora Pellegrini y se ríe, como si hubiese comenzado una travesura hace 45 años y recién ahora lo descubrieran. ¿De qué trataba Asfalto para haber escandalizado tanto? Eduardo Ales, un joven pobre de 17 años llega a Buenos Aires desde Córdoba. No lo marean las luces de la gran ciudad sino todos esos hombres que en igual medida le ofrecen protección y sexo oscuro, clandestino, imágenes paternas e imágenes libidinosas. Un viaje existencialista que aún hoy suena moderno, profundo, irreverente. Mucho más de lo que se puede decir de la mayor parte de la literatura argentina contemporánea.Nadie hasta ese momento había escrito en Argentina tan claramente sobre el tema tabú: la homosexualidad: “Yo vine a los 17 años a Buenos Aires, conocí a Abelardo Arias y otros escritores. Había toda una serie de muchachos gays pero nadie se animaba a escribir nada sobre el tema. Y yo les preguntaba por qué no lo hacían, si eran escritores y tenían material para hacerlo. Pero no. Incluso el mismo Abelardo había hecho Árboles talados, donde disimuló el tema. No faltaba nada. De Manucho no hablemos porque tenía otra vida, no se podía meter en esto”.Fue tal el impacto que causó Asfalto que Carlos Fontanarrosa, director por ese entonces de la revista Gente mandó que le hicieran un reportaje que Renato contestó paseando por la ciudad. Sólo salió en el número 0, jamás fue publicado para el gran público. Los críticos de diarios y revistas no quisieron hablar del libro del que hablaba toda la ciudad. Ni Ernesto Schóo en Primera Plana ni Roberto Di Chiara en Clarín lo hicieron.“Era muy amigo de Oscar Hermes Villordo. Cuando sale el libro me llama para que hablemos, quería hacer la crítica. Pasé por La Nación, donde él trabajaba. Charlamos tres horas. Todavía hoy estoy esperando que saque la crítica. Veinte años después, Villordo era el campeón de la homosexualidad. ¡Cómo las cosas cambian! En ese momento ni se animó a comentar la novela.”Asfalto fue la segunda novela de Pellegrini, la primera Siranger, había sido un éxito. Sin embargo, nunca dejó de trabajar en Fabricaciones Militares, en donde nadie sabía que era escritor. “Todo era hipocresía, era todo tremendo, muy complicado. No había una cosa definitiva, no es que un muchacho era gay, era afeminado. Para encontrarte con alguien, bueno, había códigos de miradas, tenías que estar en el engranaje. Que la cosa fuera un poco tapada, lo hacía más interesante”, dice y ríe y no abre ninguna puerta a la intimidad. El escándalo lo apartó de la escritura por un tiempo, se dedicó a otras aventuras de las que no larga prenda porque piensa contarlas en su próxima novela. En 2004 y con mucho esfuerzo, se reeditó la novela y a partir de ahí, los estudios internacionales primero y las nuevas generaciones de lectores después lo están ubicando en el lugar que siempre mereció: un adelantado que no sólo habló de lo que nadie habló. También lo hizo como lo que es, un gran, gran artista. “Si me hubieran dado un premio, ya todos se habrían olvidado”El Dr. Pablo Loumagne era habitual cliente de la librería Splendid, donde también compraba sus libros Renato Pellegrini. Una noche de febrero de 1967, la dueña de la libería nombró a Renato adelante de Loumagne, que hacía meses estaba buscando al escritor, ya que era secretario del juez Horacio Calvo, que tramitaba el proceso contra el escritor por infracción al artículo 128 del Código Penal sobre publicaciones obscenas. Le dijo que por favor se pusiera en contacto con él, porque le había mandado intimaciones que nunca fueron respondidas. Esa madrugada Pellegrini se enteró que tenía que presentarse. Cuando fue, le contaron todo lo que había pasado sin que él se enterase. El juez ya había fallado en un informe favorable de cuatro carillas, absolviéndolo y no haciendo lugar a proceso. El fiscal apeló y la Cámara del Crimen contestó favorablemente, lo que habilitó al fiscal a pedir seis meses de prisión. Loumagne le aconsejó a Pellegrini que buscara un buen abogado. La SADE le ofreció dos, pero él prefirió trabajar con el también escritor Juan Jacobo Bajarlía. Para contestar la requisitoria, Bajarlía confronta la crudeza de Asfalto con la de otros libros que, en su momento, quedaron al margen de toda sanción punitiva al establecer que la obra de arte se juzga en su totalidad y no fragmentariamente. Comienza con el Ulises (1922) de James Joyce, quien comparece ante la justicia para dar cuenta de sus obscenidades. En ese momento el juez del caso estableció que para determinarse si un libro es obsceno debía determinarse si la intención del autor al escribirlo fue pornográfica.La sentencia del juez fue que el Ulises no es inmoral, aunque hiera algún sentimiento. Bajarlía también habló de libros de Sartre, Baldwin y D. H. Lawrence.Renato fue absuelto dos veces por el juez, una nueva apelación del fiscal traslada el juicio a la Cámara del Crimen, donde por dos votos contra uno resulta prohibida la novela y condenado su autor a tres meses de prisión en suspenso.“Yo me asusté –dice ahora– porque trabajaba en Fabricaciones Militares y tenía miedo de que me echaran. El único que sabía en mi trabajo era el gerente. A los demás no les avisé, y como nadie leía...”, se ríe. “Uno de los jurados dijo que era una gran novela, otro dijo que era una porquería y el tercero no decía nada, pero estaba de acuerdo con el que había hablado mal”. Es evidente que no puede disimular su orgullo: “Lo tomo como un premio, mejor aún. De un premio ya todos se hubieran olvidado” dice.Necesario acto de desagravioDespués de años de que Asfalto fuese inhallable, gracias al trabajo de la librería online gay lésbica www.libreríaotrasletras.com, ahora vuelve a estar al alcance de los seguidores que se multiplican rápidamente y no sólo en Argentina. Se editó en México, está a punto de editarse en España y traducirse al inglés. El viernes 18 en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales (Marcelo T. de Alvear 2230) habrá un homenaje a Asfalto con la presencia de Renato Pellegrini.
viernes, 7 de marzo de 2008
Asfalto. Primer libro que trata la homosexualidad. Año 1964
Para escribir un libro como Asfalto, se requiere, indudablemente, un gran caudal de valentía y verdad. En un medio que hace oficio de descubrir similitudes entre autor y personaje, desnudar una vida como lo hace aquí Renato Pellegrini, aunque esa vida esté rotulada "Novela", requiere valor y convicción respecto de lo que se quiera hacer y de lo que se hace. Sin duda el lector hambriento de chismes, es llevado a suponer autobiográfico este libroEduardo Ales es un personaje en extremo logrado. Pero hay otro que lo sobrepasa: la Ciudad, el asfalto devorador de inocencias, de ilusiones, de proyectos, de futuros, Renato Pellegrini es un poeta de la calle, de la noche, de la luz artificial y de las madrugadas que revelan los párpados marchitos y las conciencias deshechas. Ve de la Argentina un rostro que pocas veces es dado ver y expresar como él lo hace. Abomina de ella pero a ella pertenece y la sufre, por eso la desnuda y la castiga y se castiga con su propio azote. Su pintura es un grito con cuyo eco pretende salvar al hombre. Se sitúa en el silencio y en la vergüenza de una generación en peligro y los muestra sin ambages, descarnados, con una crueldad de la que sólo son capaces los niños y los verdaderos artistas. Escarba en la basura y la esgrime como arma para evitar la basura. Hasta la grosería alcanza por él grandeza, porque la usa para traducir la desesperación que ronda a los hombres que no encuentran su salida.El estilo de Pellegrini, telegráfico, justo, exacto en la adjetivación, muestra como particularidad la frase cortada luego del artículo. Y la precisión de esa frase trunca permite que el lector la complete sin dificultad. El sentido está allí, íntegro, completo. Aunque las palabras falten entre el artículo y el punto.Asfalto es un libro que debe leerse sin prejuicios.
Ada DONATO
Escritora argentina
Comprar Asfalto en:
Vínculos . Páginas amigas
http://www.ace.unlugar.com/ Revista de literatura. Buenos Aires .
http://www.decirdelagua.com/ Revista de poesía.
http://www.libreriaotrasletras.com.ar/ Libreria on line Buenos Aires
http://conoceralautor.com/ Lea y escuche a los escritores.
http://renatopellegrini.blogspot.com/ Blog de Renato Pellegrini
http://www.argentores.org.ar/ Sociedad General de Autores de la R. Argentina
http://osabino1.homestead.com/ Osvaldo Sabino, escritor
http://elarmarioabierto.com.mx/ Librería on line México
http://www.renatopellegrini.unlugar.com/ Página de Renato Pellegrini
http://www.lazorrayelcuervo.com/ Revista de literatura
http://www.editorialegales.com/ Editorial española
http://www.escritores.org/blogs/index.htm Escritores hispano y latinoamericanos.
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Libros
El cantar de Paris e imágenes vagabundas de Francia
El Cantar de Paris, exclusivamente, está escrito al estilo de las Canciones de Gesta de los siglos XIV al XVI-no versificados-como lo era en sus origenes Siglo XI . El Cantar de París, en versión respetuosa y ágil, mediante licencias, alteraciones y algunas extravagancias, sin recurrir a datos históricos rigurosos no pierde, por eso, verosimilitud y eficacia.
Crónica de viajes. Por Italia a la buena de Dios Viaje a la ventura por Italia, sin itinerario previo, simplemente ideado desde el último pueblo visto, por intuición o deseo de ver algun pueblo determinado.
El Cantar de Paris, exclusivamente, está escrito al estilo de las Canciones de Gesta de los siglos XIV al XVI-no versificados-como lo era en sus origenes Siglo XI . El Cantar de París, en versión respetuosa y ágil, mediante licencias, alteraciones y algunas extravagancias, sin recurrir a datos históricos rigurosos no pierde, por eso, verosimilitud y eficacia.
Crónica de viajes. Por Italia a la buena de Dios Viaje a la ventura por Italia, sin itinerario previo, simplemente ideado desde el último pueblo visto, por intuición o deseo de ver algun pueblo determinado.
Siranger es una novela de técnica hábil que requiere facultades asociativas y de ordenamiento cronológico de quien la tiene en las manos. Hasta cierto punto se puede explicar con este fragmento del diálogo: " Contará(en un diario) su infancia, sus deseos, su presente"."¿Mezclados?" "Si". Siranger es toda acción, rara vez se detiene en las descripciones. Cuando las hace y en particular en los capítulos de la novela intercalada, abunda en poesía de la expresión . Gusta de los tropos, los adjetivos y los verbos que entrañan movimiento, espacio, transfiguraciones visibles, audibles y sensitivas. "Solo nuestras sombras que lamían las paredes"
ASFALTO, no es por cierto, una obra destinada al grueso público; es, empero, una obra necesaria, construída con pasión y dueña de un caudal de ternura que sobrepasa conmovedoramente lo que puede entrañar de cruedad, de sensualidad y de audacia.
Para comprar Asfalto:
Crónica de viajes. Por España a la buena de Dios
Viaje a la ventura por España, sin itinerario previo .Los autores narran, novelísticamente, sus andanzas por tierras españolas a la manera de los romeros medievales, cuando el camino se generaba al andar se lo recorría lentamente, gozosamente. Los viajeros que parten por partir, saben que la mejor forma de viajar, quizá la única, es hacerlo sin código ni obligaciones, a la buena de Dios, para que los recuerdos de su viaje vivan siempre en ellos, a través de memorias y olvidos
Viaje a la ventura por España, sin itinerario previo .Los autores narran, novelísticamente, sus andanzas por tierras españolas a la manera de los romeros medievales, cuando el camino se generaba al andar se lo recorría lentamente, gozosamente. Los viajeros que parten por partir, saben que la mejor forma de viajar, quizá la única, es hacerlo sin código ni obligaciones, a la buena de Dios, para que los recuerdos de su viaje vivan siempre en ellos, a través de memorias y olvidos
miércoles, 5 de marzo de 2008
Buenos Aires. Prólogo a primera edición.1964. Manuel Mujica Lainez
PROLOGO (1964)
Renato Pellegrini, cuyo primer libro, "Siranger" fue dado a conocer por esta misma editorial en 1957, se destaca entre los novelistas argentinos de su generación como un valor auténtico, de honda personalidad. La ardua temática de delicadas raìces psicológicas que inspiró su libro inicial y que lo ha hecho acreedor a un éxito notable, vuelve a aflorar aquí, siete años después, robustecida y afirmada por una madurez que nutre la experiencia y el dominio técnico. El hecho de que un escritor nuestro se atreva a enfrentar riesgos que derivan de un planteo tan complejo como el que en estas páginas se desarrolla, y el hecho de que haya salido triunfante de esos peligros, merced a la lucidez de su inteligencia y a los matices de su sensibilidad, son pruebas innegables de una aguda capacidad intelectual muy poco frecuente. ASFALTO no es, por cierto, una obra destinada al grueso público; es, empero una obra necesaria, construída con pasión y dueña de un caudal de ternura que sobrepasa conmovedoramente lo que puede entrañar de crueldad, de sensualidad y de audacia.
Manuel Mujica Láinez
México. Prólogo a su tercera edición. Reinaldo García Ramos
ASFALTO EN EL TIEMPO (1)
Reinaldo García Ramos recibió en 2006 el XI Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza con su libro Obra del fugitivo, publicado ese año en Madrid por Ediciones Vitruvio. Nació en 1944 en Cienfuegos, Cuba, y terminó estudios de Letras en la Universidad de La Habana en 1978. Perteneció al grupo de escritores El Puente (1962-1964), con el cual publicó Acta (1962), su primer poemario. Desde 1980 hasta 2001 residió en Nueva York, donde trabajó de editor en varios órganos de prensa y fue traductor durante doce años en la Secretaría de las Naciones Unidas. Fue miembro del Consejo de Dirección de la revista Mariel (Nueva York, 1983-1985). Ahora vive en Miami Beach (Florida) y es Editor de la revista de poesía Decir del Agua (www.decirdelagua.com), que fundó en 2002. Ha publicado los poemarios El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y Únicas ofrendas, cinco poemas (Madrid, 2004). Además, es autor de múltiples artículos y ensayos sobre literatura y artes visuales.
Entre 1955 y 1961, ciertas mentes creativas y promotores talentosos de los Estados Unidos se decidieron a enfrentar un tema que hasta el momento el arte de masas de este país había evitado: la homosexualidad y, en particular, el homoerotismo masculino. Esa evolución comenzó en el teatro dramático, continuó en el cine de consumo general, el del llamado mainstream, y fue llegando así a públicos cada vez más vastos. Los intentos al principio fueron tímidos, e incluso mojigatos (como en la cinta de Vincent Minelli Tea and Simpathy, de 1956, con guión de Robert Anderson basado en su propia obra de teatro). El principal personaje masculino de ese filme, un estudiante delicado e hipersensible, muestra rasgos afeminados y es objeto de burlas conmiserativas, hasta que luego “se redime” en el amor convencional hacia una profesora de mayor edad. A pesar del tratamiento esquemático y mediatizado del tema, que hoy nos provoca más bien incomodidad e incluso indignación, ese filme comenzó a poner la homosexualidad en el ámbito de los argumentos y conflictos que el llamado “gran público” podía empezar a digerir y a procesar. Es casi seguro que con películas de esa índole los estudios multimillonarios de Hollywood estaban tanteando las aguas, auscultando cuidadosamente la permeabilidad del público, su capacidad para sensibilizarse ante temas insólitos como ése.
La aceptación que tuvo el filme de Minelli y el éxito alcanzado por diversas obras de teatro que se estrenaron por entonces y giraban también en torno a la homosexualidad, fueron demostrando que el público no sólo admitía esos temas, sino que además (y esto era lo más importante) amplios sectores de ese público tenían mucho interés en que los medios de expresión los expusieran. En los escenarios de las principales ciudades norteamericanas, sobre todo Nueva York, el dramaturgo Tennessee Williams estaba estrenando piezas que estimularon esa evolución (Cat on a Hot Tin Roof, de 1955; Suddenly Last Summer, de 1957, entre otras), pues se adentraban con coraje y brillantez en el examen de la vida cotidiana de individuos muy diferentes entre sí, pero cuya identidad estaba enmarcada por sus tendencias homosexuales.
Williams fue obviamente un pionero. Es muy probable que el éxito de sus piezas teatrales fuera uno de los factores poderosos que llevó a ciertos ejecutivos de la industria del cine de aquellos años a explorar las posibilidades de esos temas, tanto en términos de temática renovadora, artísticamente fértil, como de cuantiosas ganancias. Era indudable que los espectadores estaban preparados, pues ese “deshielo” prosiguió, fue tomando dimensiones más profundas y se reflejó muy pronto en producciones cinematográficas que tuvieron jugosos presupuestos. Las obras de Williams se convirtieron pronto en películas taquilleras, interpretadas por estrellas muy populares de Hollywood como Elizabeth Taylor, Paul Newman, Katharine Hepburn, Montgomery Clift y otros (Cat on a Hot Tin Roof en 1958, dirigida por Richard Brooks; Suddenly Last Summer en 1959, dirigida por Joseph L. Mankiewicz, para sólo mencionar dos casos muy conocidos).(2)
Desde luego, la irrupción de hombres homosexuales en los argumentos del teatro y el cine de Estados Unidos había estado precedida por numerosos casos en que el tema había sido tratado en diversos tonos y dimensiones por la literatura de Europa, en particular la narrativa. Desde los años 20 y 30 del siglo XX, en varios países europeos, y sobre todo en Francia, el tema había aparecido en obras de destacados autores como Marcel Proust, André Gide, Jean Cocteau, Roger Peyrefitte, Stefan Zweig, Thomas Mann, Romain Rolland y Jean Genet, entre otros.(3)Esos antecedentes literarios son, desde luego, importantes, pero ninguna literatura podía en esos años ni puede hoy competir con el cine en términos de repercusión colectiva sobre miles de personas en múltiples zonas geográficas. Es por eso que considero fundamental la aceptación que estos asuntos tuvieron en el cine de esos años, en particular en el cine de Hollywood.
Mientras eso ocurría en el resto del mundo occidental, en América Latina predominaba un entorno muy distinto. Muy pocos son los casos en que la narrativa, el teatro o el cine latinoamericanos de esos años o de etapas anteriores aluden, aunque sea tangencialmente, al erotismo entre varones. Reinaba un monstruoso tabú al respecto. En Cuba, un narrador de primera línea, Carlos Montenegro, presentó en 1937 el tema de las prácticas homosexuales en las cárceles de su país en la novela Hombres sin mujer; pero desde el mismo título se infiere que el libro trata de hombres que tienen sexo con otros hombres porque… no tienen a ninguna mujer a su alcance. En 1952, Carlo Coccioli, un autor italiano que por esos años se radicó en México, publicó en París su novela Fabrizio Lupo, la cual alude a la homosexualidad en un ambiente latinoamericano, pero se aproxima a los conflictos de los personajes con bastante timidez, y desde una perspectiva moralista y culpable muy similar a la que se expone en Té y simpatía. Hay otros casos esporádicos en la narrativa de América Latina de ese período, pero son por lo general obras en que la homosexualidad constituye un subtema, no el argumento primordial, y nunca es tratada de la manera carnal, sensual y directa en que se presentan los hechos en la obra de Renato Pellegrini. Es por eso que la publicación de Asfalto en Buenos Aires en 1964 constituye, a mi entender, un acontecimiento sin precedentes. Varios estudiosos de la historia literaria latinoamericana ya han reconocido que se trata de la primera novela argentina que trató de manera franca y literariamente lograda el tema del amor físico entre hombres.(4)
La reacción no se hizo esperar. Como es sabido, ese “atrevimiento” le valió a Pellegrini un proceso (5)La novela Asfalto no se volvió a publicar en Argentina hasta agosto de 2004, cuando se cumplieron cuarenta años de su aparición.
II
“en literatura no hay temas prohibidos”
François Mauriac
Pero además de sus valores en lo que respecta al tratamiento de contenidos hasta entonces insólitos, la novela Asfalto resulta una obra excepcional por sus méritos eminentemente literarios. Su lectura nos provoca esa conmoción que sólo causan las novelas auténticas, en las cuales todos los recursos estilísticos de la narración están al servicio de sentimientos y experiencias genuinos.
A ese respecto, no es ni remotamente casual la mención del cine al inicio de este texto, pues las modalidades con que se describió la homosexualidad en la pantalla en esa época están estrechamente emparentadas, en mi opinión, con el tono y el ritmo con que Pellegrini decide presentarnos su historia. La conmoción que experimenta el lector es consecuencia del empleo de esos recursos, cuya efectividad subliminal había sido demostrada en las películas. Además, la textura narrativa de este libro se asemeja a la de un guión de cine, por su empleo de frases muy breves, elipsis descriptivas, tono entrecortado, visiones relampagueantes, como las que usualmente pone en su trabajo un guionista cinematográfico. Véanse, a modo de ejemplo, estas líneas en que el protagonista expresa su angustia solitaria en la ciudad desconocida: “Yo. Cines. Títulos de películas en las marquesinas. (…) Hombres y mujeres encerrados en jaulas de cristales. Pájaros lustrosos, nocturnales. Pizarra de un diario. Noticias. Cafés. Gente. Siempre gente. En todas partes. Como hormigas. (…) Mundo amarillento, caras gozosas, tristes, cerosas, brillantes, infladas, sonrientes, elásticas, perrunas, asustadas. Ciudad. Yo.”
Heredero en cierto modo de los narradores norteamericanos de la primera mitad del siglo XX (John Dos Passos, Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, sobre todo) y del inglés directo y sintético que esos autores habían usado (en obras como Manhattan Transfer , por ejemplo), Pellegrini no pierde tiempo en descripciones naturalistas ni en una prolija reconstrucción de detalles: su acción avanza al ritmo del cine, busca los cortes y contrastes con que el lenguaje de las películas transmite en un instante toda una compleja situación dramática. En este sentido, el estilo utilizado en Asfalto resultaba una ejemplar lección de austeridad, un saludable ejercicio anti-rétorico, pues a pesar de los maestros reconocidos (Borges, Rulfo, Carpentier, Quiroga, Arlt y tantos otros) en la narrativa latinoamericana de esos años abundaban las obras de estilos muy sobrecargados y densos.
Con ese instrumental, Pellegrini nos regala uno de los personajes más inolvidables de la narrativa de esos años en América Latina. Eduardo Ales, el joven pobre de 17 años que llega a Buenos Aires desde la provincia y se sumerge en las tentaciones de los círculos homosexuales secretos de esa ciudad, ingresa con suma dignidad en la estirpe de los muchachos tiernos y angustiados de las grandes novelas del siglo XX que tocaron o rozaron los temas homoeróticos; Eduardo aprende los rigores de la vida sexual en la compañía deslumbrante del Törless de Robert Musil, el Tonio Kröger de Mann, el Juan Cristóbal de Romain Rolland y otros. Pero añade a esa estirpe una particularidad esencial: tonalidades y sentimientos típicos de América Latina, con su lastre de machismo, violencia, esquemas despreciativos y mecanismos abusivos. Y, por otra parte, sin dejar de comunicar al lector la aridez y la sensualidad corrosiva del medio en que el joven desemboca al llegar a Buenos Aires, sin atenuar en nada la crudeza de su trágico desamparo, el autor posibilita que Eduardo nos muestre aspectos de una delicadeza conmovedora. Así, el lector descubre con admiración la vulnerabilidad de este muchacho, su necesidad de cariño y su disposición a la bondad. En otras palabras, el lector se enamora también de ese cuerpo juvenil del protagonista, que es codiciado por tantos hombres, y al mismo tiempo, mientras lee, participa del afán de otros hombres por protegerlo y orientarlo para que no se corrompa.
Con sus elipsis y frases breves, emblemáticas, sin añadiduras retóricas, el estilo utilizado por Pellegrini subraya así la tangibilidad del personaje y genera una delicada interacción pasional entre el lector y la ficción. Las frases caen en la página como segmentadas por la misma violencia del proceso que Eduardo va atravesando al descubrir que posee un cuerpo deseado y al aceptar los aspectos de ese deseo que lo van satisfaciendo. Todo aparece en estas páginas con mesura, con desnudez, pero sin estridencias, de manera despojada pero eficaz; el autor no trata nunca de elaborar las reacciones del personaje, sino de darlas en su simplicidad más expresiva: “Hice un gesto de desaliento. Mi compañero, irritado, entregó una moneda al guarda. Lo miré cual perro agradecido. Lamerle la mano.” Ese “lamerle la mano” vale, me parece, por todo un párrafo de insulsas descripciones sicológicas.
Esos recursos, que el autor utiliza sin exceso, sólo cuando son imprescindibles, pero de manera siempre reveladora, contribuyen a reafirmar el valor contemporáneo de esta novela. Por eso Asfalto se lee y se disfruta hoy en día a plenitud, como si se tratara de una obra recién escrita. Su mensaje sigue vigente.
Reinaldo García Ramos
[1] El presente texto sirvió de prólogo a la edición mexicana de Asfalto, de Renato Pellegrini, publicada en septiembre de 2007 en México, D. F., por Servicios Editoriales Solar.
[2] Esas dos cintas fueron exhibidas en los países de habla española con los títulos La gata en el tejado de zinc caliente y De repente en el verano, respectivamente. Es imprescindible añadir que esta evolución tuvo muy pronto repercusiones al otro lado del Atlántico, en Londres, donde se hacía desde años antes un excelente teatro y un cine de calidad. Mencionaré un par de ejemplos: En 1961, una pieza de Shelagh Delaney (A Taste of Honey ) que había tenido mucha aceptación en los escenarios al presentar la amistad entre una muchacha heterosexual y un joven homosexual, fue llevada al cine por un director muy conocido, Tony Richardson, y se convirtió en una de las películas más elogiadas de esos años. También en 1961 se estrenó otra película en la que el tema se abordaba con más coraje aún: Victim, dirigida por Basil Dearden y protagonizada por Dick Bogarde, el actor más admirado y promisorio del cine inglés de entonces. El filme de Dearden es un hito fundamental, pues describe sin pelos en la lengua la horrible situación de numerosos hombres londinenses a consecuencia de las leyes inglesas que condenaban la homosexualidad y los obligaban a llevar una vida falsa, ocultando sus inclinaciones y convirtiéndose por eso en víctimas de una red de chantajistas que los amenazaban con revelar detalles de su intimidad.
[3] Esta relación no es, por supuesto, exhaustiva; mi interés no es escribir aquí un catálogo de carácter referencial. El lector notará asimismo que no trato en absoluto el tema de las mujeres homosexuales (en que habría que mencionar antecedentes obvios como Djuna Barnes, por ejemplo), pues quiero ceñirme al marco temático de la novela Asfalto: el homoerotismo masculino.
[4] Véase, por ejemplo, el ensayo “Subjetividad y cultura gay en la novela Asfalto de Renato Pellegrini”, del profesor Herbert J. Brant, de la Universidad de Indiana, en Indianápolis, en que afirma: “Si bien a menudo se cita El beso de la mujer araña de Manuel Puig (1976) como la primera novela argentina que abiertamente se refiere a condiciones de homosexualidad sin caer en la tradicional actitud de condena moralizante, Asfalto de Pellegrini, que antecede a la novela de Puig en doce años, es mucho más revolucionaria en términos tanto de contenido como de actitud.” (Texto recogido en el apéndice de la edición de aniversario de Asfalto; Buenos Aires, Ediciones Tirso, 2004.)
[5] En el apéndice de la segunda edición de Asfalto figuran todos los detalles de ese proceso judicial, que se pueden resumir así: tras la denuncia presentada por la Subsecretaría de Comunicaciones por el delito de obscenidad previsto en el artículo 128 del Código Penal vigente en ese momento, un juez en lo correccional, el Dr. Horacio Calvo, dictó sentencia absolutoria a favor de Renato Pellegrini en mayo de 1967. Esa decisión fue apelada dos veces por el fiscal, Dr. Guillermo Saraví, que había pedido seis meses de prisión. En ambas apelaciones, el abogado defensor Juan Jacobo Bajarlía logró que Pellegrini resultara absuelto por el juez, tras lo cual el fiscal trasladó el juicio a la Cámara del Crimen, donde por dos votos contra uno resultó prohibida la novela Asfalto y su autor fue condenado a tres meses de prisión en suspenso (véase Renato Pellegrini: Asfalto, Buenos Aires, Ediciones Tirso, 2004, páginas 78 a 86 del apéndice, titulado “Compendio evocador”).
Entre 1955 y 1961, ciertas mentes creativas y promotores talentosos de los Estados Unidos se decidieron a enfrentar un tema que hasta el momento el arte de masas de este país había evitado: la homosexualidad y, en particular, el homoerotismo masculino. Esa evolución comenzó en el teatro dramático, continuó en el cine de consumo general, el del llamado mainstream, y fue llegando así a públicos cada vez más vastos. Los intentos al principio fueron tímidos, e incluso mojigatos (como en la cinta de Vincent Minelli Tea and Simpathy, de 1956, con guión de Robert Anderson basado en su propia obra de teatro). El principal personaje masculino de ese filme, un estudiante delicado e hipersensible, muestra rasgos afeminados y es objeto de burlas conmiserativas, hasta que luego “se redime” en el amor convencional hacia una profesora de mayor edad. A pesar del tratamiento esquemático y mediatizado del tema, que hoy nos provoca más bien incomodidad e incluso indignación, ese filme comenzó a poner la homosexualidad en el ámbito de los argumentos y conflictos que el llamado “gran público” podía empezar a digerir y a procesar. Es casi seguro que con películas de esa índole los estudios multimillonarios de Hollywood estaban tanteando las aguas, auscultando cuidadosamente la permeabilidad del público, su capacidad para sensibilizarse ante temas insólitos como ése.
La aceptación que tuvo el filme de Minelli y el éxito alcanzado por diversas obras de teatro que se estrenaron por entonces y giraban también en torno a la homosexualidad, fueron demostrando que el público no sólo admitía esos temas, sino que además (y esto era lo más importante) amplios sectores de ese público tenían mucho interés en que los medios de expresión los expusieran. En los escenarios de las principales ciudades norteamericanas, sobre todo Nueva York, el dramaturgo Tennessee Williams estaba estrenando piezas que estimularon esa evolución (Cat on a Hot Tin Roof, de 1955; Suddenly Last Summer, de 1957, entre otras), pues se adentraban con coraje y brillantez en el examen de la vida cotidiana de individuos muy diferentes entre sí, pero cuya identidad estaba enmarcada por sus tendencias homosexuales.
Williams fue obviamente un pionero. Es muy probable que el éxito de sus piezas teatrales fuera uno de los factores poderosos que llevó a ciertos ejecutivos de la industria del cine de aquellos años a explorar las posibilidades de esos temas, tanto en términos de temática renovadora, artísticamente fértil, como de cuantiosas ganancias. Era indudable que los espectadores estaban preparados, pues ese “deshielo” prosiguió, fue tomando dimensiones más profundas y se reflejó muy pronto en producciones cinematográficas que tuvieron jugosos presupuestos. Las obras de Williams se convirtieron pronto en películas taquilleras, interpretadas por estrellas muy populares de Hollywood como Elizabeth Taylor, Paul Newman, Katharine Hepburn, Montgomery Clift y otros (Cat on a Hot Tin Roof en 1958, dirigida por Richard Brooks; Suddenly Last Summer en 1959, dirigida por Joseph L. Mankiewicz, para sólo mencionar dos casos muy conocidos).(2)
Desde luego, la irrupción de hombres homosexuales en los argumentos del teatro y el cine de Estados Unidos había estado precedida por numerosos casos en que el tema había sido tratado en diversos tonos y dimensiones por la literatura de Europa, en particular la narrativa. Desde los años 20 y 30 del siglo XX, en varios países europeos, y sobre todo en Francia, el tema había aparecido en obras de destacados autores como Marcel Proust, André Gide, Jean Cocteau, Roger Peyrefitte, Stefan Zweig, Thomas Mann, Romain Rolland y Jean Genet, entre otros.(3)Esos antecedentes literarios son, desde luego, importantes, pero ninguna literatura podía en esos años ni puede hoy competir con el cine en términos de repercusión colectiva sobre miles de personas en múltiples zonas geográficas. Es por eso que considero fundamental la aceptación que estos asuntos tuvieron en el cine de esos años, en particular en el cine de Hollywood.
Mientras eso ocurría en el resto del mundo occidental, en América Latina predominaba un entorno muy distinto. Muy pocos son los casos en que la narrativa, el teatro o el cine latinoamericanos de esos años o de etapas anteriores aluden, aunque sea tangencialmente, al erotismo entre varones. Reinaba un monstruoso tabú al respecto. En Cuba, un narrador de primera línea, Carlos Montenegro, presentó en 1937 el tema de las prácticas homosexuales en las cárceles de su país en la novela Hombres sin mujer; pero desde el mismo título se infiere que el libro trata de hombres que tienen sexo con otros hombres porque… no tienen a ninguna mujer a su alcance. En 1952, Carlo Coccioli, un autor italiano que por esos años se radicó en México, publicó en París su novela Fabrizio Lupo, la cual alude a la homosexualidad en un ambiente latinoamericano, pero se aproxima a los conflictos de los personajes con bastante timidez, y desde una perspectiva moralista y culpable muy similar a la que se expone en Té y simpatía. Hay otros casos esporádicos en la narrativa de América Latina de ese período, pero son por lo general obras en que la homosexualidad constituye un subtema, no el argumento primordial, y nunca es tratada de la manera carnal, sensual y directa en que se presentan los hechos en la obra de Renato Pellegrini. Es por eso que la publicación de Asfalto en Buenos Aires en 1964 constituye, a mi entender, un acontecimiento sin precedentes. Varios estudiosos de la historia literaria latinoamericana ya han reconocido que se trata de la primera novela argentina que trató de manera franca y literariamente lograda el tema del amor físico entre hombres.(4)
La reacción no se hizo esperar. Como es sabido, ese “atrevimiento” le valió a Pellegrini un proceso (5)La novela Asfalto no se volvió a publicar en Argentina hasta agosto de 2004, cuando se cumplieron cuarenta años de su aparición.
II
“en literatura no hay temas prohibidos”
François Mauriac
Pero además de sus valores en lo que respecta al tratamiento de contenidos hasta entonces insólitos, la novela Asfalto resulta una obra excepcional por sus méritos eminentemente literarios. Su lectura nos provoca esa conmoción que sólo causan las novelas auténticas, en las cuales todos los recursos estilísticos de la narración están al servicio de sentimientos y experiencias genuinos.
A ese respecto, no es ni remotamente casual la mención del cine al inicio de este texto, pues las modalidades con que se describió la homosexualidad en la pantalla en esa época están estrechamente emparentadas, en mi opinión, con el tono y el ritmo con que Pellegrini decide presentarnos su historia. La conmoción que experimenta el lector es consecuencia del empleo de esos recursos, cuya efectividad subliminal había sido demostrada en las películas. Además, la textura narrativa de este libro se asemeja a la de un guión de cine, por su empleo de frases muy breves, elipsis descriptivas, tono entrecortado, visiones relampagueantes, como las que usualmente pone en su trabajo un guionista cinematográfico. Véanse, a modo de ejemplo, estas líneas en que el protagonista expresa su angustia solitaria en la ciudad desconocida: “Yo. Cines. Títulos de películas en las marquesinas. (…) Hombres y mujeres encerrados en jaulas de cristales. Pájaros lustrosos, nocturnales. Pizarra de un diario. Noticias. Cafés. Gente. Siempre gente. En todas partes. Como hormigas. (…) Mundo amarillento, caras gozosas, tristes, cerosas, brillantes, infladas, sonrientes, elásticas, perrunas, asustadas. Ciudad. Yo.”
Heredero en cierto modo de los narradores norteamericanos de la primera mitad del siglo XX (John Dos Passos, Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, sobre todo) y del inglés directo y sintético que esos autores habían usado (en obras como Manhattan Transfer , por ejemplo), Pellegrini no pierde tiempo en descripciones naturalistas ni en una prolija reconstrucción de detalles: su acción avanza al ritmo del cine, busca los cortes y contrastes con que el lenguaje de las películas transmite en un instante toda una compleja situación dramática. En este sentido, el estilo utilizado en Asfalto resultaba una ejemplar lección de austeridad, un saludable ejercicio anti-rétorico, pues a pesar de los maestros reconocidos (Borges, Rulfo, Carpentier, Quiroga, Arlt y tantos otros) en la narrativa latinoamericana de esos años abundaban las obras de estilos muy sobrecargados y densos.
Con ese instrumental, Pellegrini nos regala uno de los personajes más inolvidables de la narrativa de esos años en América Latina. Eduardo Ales, el joven pobre de 17 años que llega a Buenos Aires desde la provincia y se sumerge en las tentaciones de los círculos homosexuales secretos de esa ciudad, ingresa con suma dignidad en la estirpe de los muchachos tiernos y angustiados de las grandes novelas del siglo XX que tocaron o rozaron los temas homoeróticos; Eduardo aprende los rigores de la vida sexual en la compañía deslumbrante del Törless de Robert Musil, el Tonio Kröger de Mann, el Juan Cristóbal de Romain Rolland y otros. Pero añade a esa estirpe una particularidad esencial: tonalidades y sentimientos típicos de América Latina, con su lastre de machismo, violencia, esquemas despreciativos y mecanismos abusivos. Y, por otra parte, sin dejar de comunicar al lector la aridez y la sensualidad corrosiva del medio en que el joven desemboca al llegar a Buenos Aires, sin atenuar en nada la crudeza de su trágico desamparo, el autor posibilita que Eduardo nos muestre aspectos de una delicadeza conmovedora. Así, el lector descubre con admiración la vulnerabilidad de este muchacho, su necesidad de cariño y su disposición a la bondad. En otras palabras, el lector se enamora también de ese cuerpo juvenil del protagonista, que es codiciado por tantos hombres, y al mismo tiempo, mientras lee, participa del afán de otros hombres por protegerlo y orientarlo para que no se corrompa.
Con sus elipsis y frases breves, emblemáticas, sin añadiduras retóricas, el estilo utilizado por Pellegrini subraya así la tangibilidad del personaje y genera una delicada interacción pasional entre el lector y la ficción. Las frases caen en la página como segmentadas por la misma violencia del proceso que Eduardo va atravesando al descubrir que posee un cuerpo deseado y al aceptar los aspectos de ese deseo que lo van satisfaciendo. Todo aparece en estas páginas con mesura, con desnudez, pero sin estridencias, de manera despojada pero eficaz; el autor no trata nunca de elaborar las reacciones del personaje, sino de darlas en su simplicidad más expresiva: “Hice un gesto de desaliento. Mi compañero, irritado, entregó una moneda al guarda. Lo miré cual perro agradecido. Lamerle la mano.” Ese “lamerle la mano” vale, me parece, por todo un párrafo de insulsas descripciones sicológicas.
Esos recursos, que el autor utiliza sin exceso, sólo cuando son imprescindibles, pero de manera siempre reveladora, contribuyen a reafirmar el valor contemporáneo de esta novela. Por eso Asfalto se lee y se disfruta hoy en día a plenitud, como si se tratara de una obra recién escrita. Su mensaje sigue vigente.
Reinaldo García Ramos
[1] El presente texto sirvió de prólogo a la edición mexicana de Asfalto, de Renato Pellegrini, publicada en septiembre de 2007 en México, D. F., por Servicios Editoriales Solar.
[2] Esas dos cintas fueron exhibidas en los países de habla española con los títulos La gata en el tejado de zinc caliente y De repente en el verano, respectivamente. Es imprescindible añadir que esta evolución tuvo muy pronto repercusiones al otro lado del Atlántico, en Londres, donde se hacía desde años antes un excelente teatro y un cine de calidad. Mencionaré un par de ejemplos: En 1961, una pieza de Shelagh Delaney (A Taste of Honey ) que había tenido mucha aceptación en los escenarios al presentar la amistad entre una muchacha heterosexual y un joven homosexual, fue llevada al cine por un director muy conocido, Tony Richardson, y se convirtió en una de las películas más elogiadas de esos años. También en 1961 se estrenó otra película en la que el tema se abordaba con más coraje aún: Victim, dirigida por Basil Dearden y protagonizada por Dick Bogarde, el actor más admirado y promisorio del cine inglés de entonces. El filme de Dearden es un hito fundamental, pues describe sin pelos en la lengua la horrible situación de numerosos hombres londinenses a consecuencia de las leyes inglesas que condenaban la homosexualidad y los obligaban a llevar una vida falsa, ocultando sus inclinaciones y convirtiéndose por eso en víctimas de una red de chantajistas que los amenazaban con revelar detalles de su intimidad.
[3] Esta relación no es, por supuesto, exhaustiva; mi interés no es escribir aquí un catálogo de carácter referencial. El lector notará asimismo que no trato en absoluto el tema de las mujeres homosexuales (en que habría que mencionar antecedentes obvios como Djuna Barnes, por ejemplo), pues quiero ceñirme al marco temático de la novela Asfalto: el homoerotismo masculino.
[4] Véase, por ejemplo, el ensayo “Subjetividad y cultura gay en la novela Asfalto de Renato Pellegrini”, del profesor Herbert J. Brant, de la Universidad de Indiana, en Indianápolis, en que afirma: “Si bien a menudo se cita El beso de la mujer araña de Manuel Puig (1976) como la primera novela argentina que abiertamente se refiere a condiciones de homosexualidad sin caer en la tradicional actitud de condena moralizante, Asfalto de Pellegrini, que antecede a la novela de Puig en doce años, es mucho más revolucionaria en términos tanto de contenido como de actitud.” (Texto recogido en el apéndice de la edición de aniversario de Asfalto; Buenos Aires, Ediciones Tirso, 2004.)
[5] En el apéndice de la segunda edición de Asfalto figuran todos los detalles de ese proceso judicial, que se pueden resumir así: tras la denuncia presentada por la Subsecretaría de Comunicaciones por el delito de obscenidad previsto en el artículo 128 del Código Penal vigente en ese momento, un juez en lo correccional, el Dr. Horacio Calvo, dictó sentencia absolutoria a favor de Renato Pellegrini en mayo de 1967. Esa decisión fue apelada dos veces por el fiscal, Dr. Guillermo Saraví, que había pedido seis meses de prisión. En ambas apelaciones, el abogado defensor Juan Jacobo Bajarlía logró que Pellegrini resultara absuelto por el juez, tras lo cual el fiscal trasladó el juicio a la Cámara del Crimen, donde por dos votos contra uno resultó prohibida la novela Asfalto y su autor fue condenado a tres meses de prisión en suspenso (véase Renato Pellegrini: Asfalto, Buenos Aires, Ediciones Tirso, 2004, páginas 78 a 86 del apéndice, titulado “Compendio evocador”).
Buenos Aires. Entrevista. Aldo Fernandez Turitich
Entrevista realizada por Aldo Fernandez Turitich. Revista on line Otras Letras
Asfalto es la primera novela gay de la Argentina y Sudamérica. En 1954 fue censurada por ser “ofensiva al pudor”. Su autor, Renato Pellegrini, quien fue condenado a 13 años de presión en suspenso, nos cuenta su testimonio.
Otras Letras (OL): La novela Asfalto rompió, sin lugar a dudas, con el modelo de literatura tradicional, pomposo y clásico. De alguna forma ¿podemos visualizar la impronta de Roberto Arlt en Asfalto?
Renato Pellegrini (RP): Estoy de acuerdo porque considero a Roberto Arlt como uno de nuestros mejores escritores. En Montevideo, en una reunión con varios intelectuales tuve discrepancias muy fuertes por defender la literatura de Arlt, cuando muchos, por el contrario, defendían en esos tiempos la pluma de Jorge Luis Borges. En cierta manera, intento acercarme a un movimiento literario más comprometido con lo nuestro.
OL: Con respecto a Asfalto, ¿qué similitudes encontramos entre el protagonista (Eduardo) y Renato Pellegrini?
RP: Exactitud total, en muchos de los aspectos soy yo esencialmente. Yo me voy de Córdoba con el consentimiento de mi familia a los 17 años, si bien en la novela hay momentos y hechos ficticios, le comunico a mi familia que, en mi pueblo de Villa María, ya no podía vivir, me sentía muy ahogado. Luego, Asfalto describe mi llegada a Buenos Aires y mi rechazo a lo que sentía. Veía como Buenos Aires lanzaba sus tentáculos para atraer víctimas del interior.
OL: Entonces es bien autobiográfica…Eduardo es un adolescente sumamente conflictivo que, por un lado tiene ganas de disfrutar su sexualidad en libertad, es decir, el muchacho anhela tener sexo con hombres pero, por otro lado, aparece una mujer (Julia). ¿Constituye la figura de Julia un intento normalizador?
RP: Puede ser. La aparición de Julia no estaba preparada, ocurre que sufrí algunas influencias para atemperar la novela, finalmente resultó porque el juez al absolverme en las dos oportunidades en el juicio se basó precisamente en la aparición de este personaje femenino. Sin embargo, no tiene que ver con la bisexualidad, sucede que yo leí mucho a Proust y a Joyce y la Albertina de Proust era un muchacho. Yo tomé eso para crear a Julia cuando en realidad era un muchacho.
OL: ¿Qué le sucedió a Asfalto?
RP: La novela sale en agosto de 1964. Yo escribí Siranger en el año 1957, donde ya traté el tema de la homosexualidad, pero de manera disimulada. Yo tenía muchos amigos escritores homosexuales, pero nadie se animaba a escribir, entonces, así fue que un día decidí hacerlo yo. Hay que rememorarse a esa época donde todo se perseguía. Yo cuento eso en Asfalto, lo de las pesquisas, policías vestidos de civil que se llevaban preso a gente de “apariencia”....Una época que hoy es tomada por un alumno de la Universidad de Chicago para reflejar de alguna forma la homosexualidad en el Buenos Aires de los años 60.
OL: Con respecto a la época en que se publica Asfalto (gobierno de Onganía), la propuesta de los militares consistía en realizar una limpieza de la sociedad, higienizarla. ¿Tus ganas de escribir una novela provocativa como Asfalto eran para, de alguna manera, resistir al modelo del gobierno conservador?
RP: No, sólo sentí la necesidad de escribir, lo que ocurre es que yo trabajaba en Fabricación de Armas Militares, conocía muy bien a los militares. Nunca se enteraron porque, de lo contrario, me despedían. Después de Asfalto estaba escribiendo una novela que aún estoy terminando en el cual cuento el proceder de los militares y la corrupción. Escribí lo que sentía, sin pensar lo que pasó luego: el juicio y la sentencia de prisión en suspenso por 3 años.
OL: ¿Cuál fue el motivo de censura?
RP: En ese entonces se presentaban los libros en el correo central y éste los despachaba a los distintos pueblos de la Argentina que no tenían libreros. Unos amigos presentaron sus libros junto con el mío. A los 15 días sus libros fueron aceptados, mientras que el mío no. Decidí dejar pasar otros 15 días. Cuando pregunté que ocurría con Asfalto, uno de los asesores (Humberto Gayoso)- que era poeta- me dijo que “había problemas con mi libro”, aunque me aseguró que “lo iban a solucionar”. Mientras tanto, la Sociedad Argentina de Escritores me informa del problema y me ponen a disposición dos escritores abogados para mi defensa. Asfalto fue censurado por ser un libro obsceno. Por ir en contra de las “sanas costumbres”.
OL: ¿Cómo fue el proceso judicial?
RP: El juez Calvo me absuelve en dos oportunidades, a pesar de la insistencia del fiscal García Saraní y los asesores, que eran hombres de letras, lo cual me daba mucha más bronca. Pero luego la causa pasa al Tribunal en lo Criminal. En el juicio, uno de los jueces dijo que “Asfalto es una gran novela y un gran trabajo”, el otro juez sostuvo que “Asfalto era una porquería” y el último se abstuvo de informar sobre Asfalto, pero resolvió a favor de la censura. De esta forma, me dieron tres años de prisión en suspenso y su equivalencia a doce años de no tener problemas con la justicia para no cumplir la condena. Si bien nunca fui a la cárcel, durante los 12 años intenté viajar a Europa y no pude salir de la Argentina. Me fui a los 11 años gracias a un abogado. Decidí finalmente salir del país.
OL: ¿Quiénes te apoyaron en esos momentos díficiles?
RP: Marta Lynch, Marco Denevi y muchos otros. Me molestaba cuando supuestos poetas como Gayoso me condenaban.
OL: Después de tantos años... ¿Qué se te cruza por la cabeza?
RP: Mira…la verdad es que no tengo ningún resentimiento. Asfalto- luego de casi olvidarme de él, y gracias al apoyo de mucha gente- se volvió a editar en Argentina y en México. Este año será publicado en España. Al mismo tiempo, hay tratativas para la traducción al inglés, ya que las mejores críticas provienen de los Estados Unidos.
OL: ¿Por qué consideras que no tuviste la adecuada repercusión en la Argentina?
RP: Por bronca quizá, yo hablé con gente de la radio y la televisión y me ofrecieron difundirla, hasta el momento nadie contestó mis llamados ni tampoco hicieron nada de lo prometido. En los otros países me ponen la alfombra roja.
OL: ¿Cómo fueron los inicios de Ediciones Tirso, la primera editorial gay argentina?
RP: Cuando llegué a Buenos Aires conocí a varios autores, entre ellos estaba Abelardo Arias, quien me llama para hacer de Tirso la editorial. El me da la primera traducción que fue “Viaje al Congo” de Gide cuando yo estaba en la Alianza Francesa. Fue así que fundamos la editorial con Abelardo Arias. Entre los dos tradujimos novelas francesas, dentro de ellas las de Roger Peyrefitte, cuyo derecho lo tenía Sudamericana pero en aquel momento Sudamericana no se atrevía a publicar “Amistades particulares”, nosotros obtuvimos los derechos de esa novela que en el año 1958 estuvo prohibida en Buenos Aires. La editorial Tirso fue perseguida por tener una línea homosexual, ya que publicamos a Andre Gide, Carlos Cocholi, etc. Con “Amistades particulares” hicimos 4 ediciones en menos de un año y medio. Con “Las Cuevas del Vaticano” de Gide hicimos 3 ediciones.
Otras Letras (OL): La novela Asfalto rompió, sin lugar a dudas, con el modelo de literatura tradicional, pomposo y clásico. De alguna forma ¿podemos visualizar la impronta de Roberto Arlt en Asfalto?
Renato Pellegrini (RP): Estoy de acuerdo porque considero a Roberto Arlt como uno de nuestros mejores escritores. En Montevideo, en una reunión con varios intelectuales tuve discrepancias muy fuertes por defender la literatura de Arlt, cuando muchos, por el contrario, defendían en esos tiempos la pluma de Jorge Luis Borges. En cierta manera, intento acercarme a un movimiento literario más comprometido con lo nuestro.
OL: Con respecto a Asfalto, ¿qué similitudes encontramos entre el protagonista (Eduardo) y Renato Pellegrini?
RP: Exactitud total, en muchos de los aspectos soy yo esencialmente. Yo me voy de Córdoba con el consentimiento de mi familia a los 17 años, si bien en la novela hay momentos y hechos ficticios, le comunico a mi familia que, en mi pueblo de Villa María, ya no podía vivir, me sentía muy ahogado. Luego, Asfalto describe mi llegada a Buenos Aires y mi rechazo a lo que sentía. Veía como Buenos Aires lanzaba sus tentáculos para atraer víctimas del interior.
OL: Entonces es bien autobiográfica…Eduardo es un adolescente sumamente conflictivo que, por un lado tiene ganas de disfrutar su sexualidad en libertad, es decir, el muchacho anhela tener sexo con hombres pero, por otro lado, aparece una mujer (Julia). ¿Constituye la figura de Julia un intento normalizador?
RP: Puede ser. La aparición de Julia no estaba preparada, ocurre que sufrí algunas influencias para atemperar la novela, finalmente resultó porque el juez al absolverme en las dos oportunidades en el juicio se basó precisamente en la aparición de este personaje femenino. Sin embargo, no tiene que ver con la bisexualidad, sucede que yo leí mucho a Proust y a Joyce y la Albertina de Proust era un muchacho. Yo tomé eso para crear a Julia cuando en realidad era un muchacho.
OL: ¿Qué le sucedió a Asfalto?
RP: La novela sale en agosto de 1964. Yo escribí Siranger en el año 1957, donde ya traté el tema de la homosexualidad, pero de manera disimulada. Yo tenía muchos amigos escritores homosexuales, pero nadie se animaba a escribir, entonces, así fue que un día decidí hacerlo yo. Hay que rememorarse a esa época donde todo se perseguía. Yo cuento eso en Asfalto, lo de las pesquisas, policías vestidos de civil que se llevaban preso a gente de “apariencia”....Una época que hoy es tomada por un alumno de la Universidad de Chicago para reflejar de alguna forma la homosexualidad en el Buenos Aires de los años 60.
OL: Con respecto a la época en que se publica Asfalto (gobierno de Onganía), la propuesta de los militares consistía en realizar una limpieza de la sociedad, higienizarla. ¿Tus ganas de escribir una novela provocativa como Asfalto eran para, de alguna manera, resistir al modelo del gobierno conservador?
RP: No, sólo sentí la necesidad de escribir, lo que ocurre es que yo trabajaba en Fabricación de Armas Militares, conocía muy bien a los militares. Nunca se enteraron porque, de lo contrario, me despedían. Después de Asfalto estaba escribiendo una novela que aún estoy terminando en el cual cuento el proceder de los militares y la corrupción. Escribí lo que sentía, sin pensar lo que pasó luego: el juicio y la sentencia de prisión en suspenso por 3 años.
OL: ¿Cuál fue el motivo de censura?
RP: En ese entonces se presentaban los libros en el correo central y éste los despachaba a los distintos pueblos de la Argentina que no tenían libreros. Unos amigos presentaron sus libros junto con el mío. A los 15 días sus libros fueron aceptados, mientras que el mío no. Decidí dejar pasar otros 15 días. Cuando pregunté que ocurría con Asfalto, uno de los asesores (Humberto Gayoso)- que era poeta- me dijo que “había problemas con mi libro”, aunque me aseguró que “lo iban a solucionar”. Mientras tanto, la Sociedad Argentina de Escritores me informa del problema y me ponen a disposición dos escritores abogados para mi defensa. Asfalto fue censurado por ser un libro obsceno. Por ir en contra de las “sanas costumbres”.
OL: ¿Cómo fue el proceso judicial?
RP: El juez Calvo me absuelve en dos oportunidades, a pesar de la insistencia del fiscal García Saraní y los asesores, que eran hombres de letras, lo cual me daba mucha más bronca. Pero luego la causa pasa al Tribunal en lo Criminal. En el juicio, uno de los jueces dijo que “Asfalto es una gran novela y un gran trabajo”, el otro juez sostuvo que “Asfalto era una porquería” y el último se abstuvo de informar sobre Asfalto, pero resolvió a favor de la censura. De esta forma, me dieron tres años de prisión en suspenso y su equivalencia a doce años de no tener problemas con la justicia para no cumplir la condena. Si bien nunca fui a la cárcel, durante los 12 años intenté viajar a Europa y no pude salir de la Argentina. Me fui a los 11 años gracias a un abogado. Decidí finalmente salir del país.
OL: ¿Quiénes te apoyaron en esos momentos díficiles?
RP: Marta Lynch, Marco Denevi y muchos otros. Me molestaba cuando supuestos poetas como Gayoso me condenaban.
OL: Después de tantos años... ¿Qué se te cruza por la cabeza?
RP: Mira…la verdad es que no tengo ningún resentimiento. Asfalto- luego de casi olvidarme de él, y gracias al apoyo de mucha gente- se volvió a editar en Argentina y en México. Este año será publicado en España. Al mismo tiempo, hay tratativas para la traducción al inglés, ya que las mejores críticas provienen de los Estados Unidos.
OL: ¿Por qué consideras que no tuviste la adecuada repercusión en la Argentina?
RP: Por bronca quizá, yo hablé con gente de la radio y la televisión y me ofrecieron difundirla, hasta el momento nadie contestó mis llamados ni tampoco hicieron nada de lo prometido. En los otros países me ponen la alfombra roja.
OL: ¿Cómo fueron los inicios de Ediciones Tirso, la primera editorial gay argentina?
RP: Cuando llegué a Buenos Aires conocí a varios autores, entre ellos estaba Abelardo Arias, quien me llama para hacer de Tirso la editorial. El me da la primera traducción que fue “Viaje al Congo” de Gide cuando yo estaba en la Alianza Francesa. Fue así que fundamos la editorial con Abelardo Arias. Entre los dos tradujimos novelas francesas, dentro de ellas las de Roger Peyrefitte, cuyo derecho lo tenía Sudamericana pero en aquel momento Sudamericana no se atrevía a publicar “Amistades particulares”, nosotros obtuvimos los derechos de esa novela que en el año 1958 estuvo prohibida en Buenos Aires. La editorial Tirso fue perseguida por tener una línea homosexual, ya que publicamos a Andre Gide, Carlos Cocholi, etc. Con “Amistades particulares” hicimos 4 ediciones en menos de un año y medio. Con “Las Cuevas del Vaticano” de Gide hicimos 3 ediciones.
Mexico. Entrevista .Leonardo Bastida
Con un estilo narrativo peculiar, Renato Pellegrini causó controversia al escribir Asfalto, una novela que muestra lo que todo el Buenos Aires de la dictadura de Ongania sabía: la existencia de una comunidad homosexual. Este tema era un tabú para la sociedad argentina de la época por lo que la novela fue censurada y olvidada por décadas. A más de 40 años de su primera publicación y de visita en México, Renato Pellegrini, intrépido escritor, habla sobre Asfalto con la Agencia NotieSe.
Agencia NotieSe: ¿Cómo surge Asfalto?
Renato Pellegrini: Asfalto surge por mi conocimiento de todo ese mundo que yo veía. Nadie quería escribir sobre eso, ningún escritor. Yo los desafié y escribí sobre el tema.
AN: ¿A qué nos remite el nombre de Asfalto?
RP: El nombre surgió después de ver una película americana que se llama La Jungla de Asfalto. Eso me interesaba. Muchos consideran que el verdadero protagonista de Asfalto es la ciudad de Buenos Aires porque es todo lo que pasa allí, en la ciudad, algo que sólo puede ocurrir en la ciudad.
AN: ¿Por qué atreverse a escribir sobre un tema que se sabía de antemano sería censurado?
RP: Yo no lo hice pensando que iba a ser censurado. Me extrañó mucho cuando se hizo la denuncia, luego el juicio y finalmente se prohibió. Yo había hecho una novela antes que fue Syrenger en la que lo único que existía de raro eran los tiempos. La hice sin tiempo. Causó sorpresa pero gusto muchísimo. Cosa que después los críticos rechazaron con Asfalto porque era una situación más complicada. Esta primera novela era más light pero ya rozaba el tema homosexual.
AN: ¿Cómo nos puede describir a esa Argentina de 1964, año en que se publicó Asfalto?
RP: Era una Argentina mucho más tranquila que la que la que vivimos ahora, más propicia para escribir. Yo me base en la gente que no se denominaba gay en ese entonces, ni siquiera homosexuales. Tenían otros nombres. Era un ambiente muy cerrado. Hoy la gente esta más abierta, no son mirados mal quienes son homosexuales. Se ha ganado el pleito con los años.
AN: ¿ Cómo era ese submundo homosexual?
RP: Describe como era el mundo en ese entonces. Tan es así que ahora un estudiante de la Universidad de Chicago vino a visitarme porque había leído Asfalto y está realizando una tesis sobre la homosexualidad en Buenos Aires de 1935 a 1965. La novela era fidedigna. Yo me basé en lo que ocurría en ese momento en Buenos Aires, cómo era y los problemas que tenía.
AN: ¿Por qué describir Buenos Aires?
RP: Porque yo conozco Buenos Aires desde los 17 años. Lo viví intensamente en todas sus formas, así que me quedo. Ya en la primera novela hablaba de Buenos Aires. Sentía que podía escribir una cosa mejor. Esta resulto serlo por el tema pero nunca pensé que sería la primera novela argentina y de Latinoamérica que tratará ese tema.
AN: ¿Cómo era vivir en ese Buenos Aires?
RP: Era cerrado pero se vivía bien. Tuvimos muchas dictaduras, eso era lo que arruinaba la cosa. Estaba el General Ongania que fue uno de los más terribles. Querían ocultar todo, incluso unos pseudo escritores. La denuncia fue hecha por el asesor del jefe de correos central que era un poeta. Él fue el que mencionó que esa novela (Asfalto) tenía que desaparecer. El correo central ofrecía ventajas para los escritores. Colocabas el escrito con ellos y lo mandaban a las editoriales de toda la República. Yo lo coloqué allí.
Posteriormente me enjuiciaron, aunque el juez me absolvió inmediatamente, no consideró la obra ni obscena, ni pornográfica, ni nada por el estilo. El fiscal no aceptó la absolución. Me enviaron a la Cámara del Crimen, donde hay tres jurados. Uno dijo que era una gran novel, otro que era una porquería y el tercero no dijo nada, pero pensaba como el segundo.
El fiscal pidió seis meses de condena en suspenso. El jurado me otorgó tres meses. Esos tres meses no ameritaban encarcelamiento pero quedaba a disposición de ellos. Cualquier desorden, me encarcelaban.
Yo estaba preparando otra novela pero con eso me detuve. Hablaba de la corrupción de los militares. Con esta podía ir a la cárcel directamente.
AN: ¿Este hecho de 1964 detuvo la pluma del maestro Pellegrini?
RP: Lo dejé un tiempo por otras circunstancias. Después viajé a Europa, fui a Francia, España e Italia y escribí otros tres libros.
AN: ¿Qué puede encontrar el lector en la novela? ¿Alguna sorpresa?
RP: La sorpresa es que es la primera novela argentina que toca la homosexualidad. Allí empieza la sorpresa. Cito a una cantidad de libros que tocan el tema de la homosexualidad. Contiene cosas que no se habían publicado en ese entonces.
AN: ¿Era la intención de Asfalto trascender?
RP: No, yo empecé a creer en la fuerza de Asfalto cuando inició el juicio por lo que provocó.
Agencia NotieSe: ¿Cómo surge Asfalto?
Renato Pellegrini: Asfalto surge por mi conocimiento de todo ese mundo que yo veía. Nadie quería escribir sobre eso, ningún escritor. Yo los desafié y escribí sobre el tema.
AN: ¿A qué nos remite el nombre de Asfalto?
RP: El nombre surgió después de ver una película americana que se llama La Jungla de Asfalto. Eso me interesaba. Muchos consideran que el verdadero protagonista de Asfalto es la ciudad de Buenos Aires porque es todo lo que pasa allí, en la ciudad, algo que sólo puede ocurrir en la ciudad.
AN: ¿Por qué atreverse a escribir sobre un tema que se sabía de antemano sería censurado?
RP: Yo no lo hice pensando que iba a ser censurado. Me extrañó mucho cuando se hizo la denuncia, luego el juicio y finalmente se prohibió. Yo había hecho una novela antes que fue Syrenger en la que lo único que existía de raro eran los tiempos. La hice sin tiempo. Causó sorpresa pero gusto muchísimo. Cosa que después los críticos rechazaron con Asfalto porque era una situación más complicada. Esta primera novela era más light pero ya rozaba el tema homosexual.
AN: ¿Cómo nos puede describir a esa Argentina de 1964, año en que se publicó Asfalto?
RP: Era una Argentina mucho más tranquila que la que la que vivimos ahora, más propicia para escribir. Yo me base en la gente que no se denominaba gay en ese entonces, ni siquiera homosexuales. Tenían otros nombres. Era un ambiente muy cerrado. Hoy la gente esta más abierta, no son mirados mal quienes son homosexuales. Se ha ganado el pleito con los años.
AN: ¿ Cómo era ese submundo homosexual?
RP: Describe como era el mundo en ese entonces. Tan es así que ahora un estudiante de la Universidad de Chicago vino a visitarme porque había leído Asfalto y está realizando una tesis sobre la homosexualidad en Buenos Aires de 1935 a 1965. La novela era fidedigna. Yo me basé en lo que ocurría en ese momento en Buenos Aires, cómo era y los problemas que tenía.
AN: ¿Por qué describir Buenos Aires?
RP: Porque yo conozco Buenos Aires desde los 17 años. Lo viví intensamente en todas sus formas, así que me quedo. Ya en la primera novela hablaba de Buenos Aires. Sentía que podía escribir una cosa mejor. Esta resulto serlo por el tema pero nunca pensé que sería la primera novela argentina y de Latinoamérica que tratará ese tema.
AN: ¿Cómo era vivir en ese Buenos Aires?
RP: Era cerrado pero se vivía bien. Tuvimos muchas dictaduras, eso era lo que arruinaba la cosa. Estaba el General Ongania que fue uno de los más terribles. Querían ocultar todo, incluso unos pseudo escritores. La denuncia fue hecha por el asesor del jefe de correos central que era un poeta. Él fue el que mencionó que esa novela (Asfalto) tenía que desaparecer. El correo central ofrecía ventajas para los escritores. Colocabas el escrito con ellos y lo mandaban a las editoriales de toda la República. Yo lo coloqué allí.
Posteriormente me enjuiciaron, aunque el juez me absolvió inmediatamente, no consideró la obra ni obscena, ni pornográfica, ni nada por el estilo. El fiscal no aceptó la absolución. Me enviaron a la Cámara del Crimen, donde hay tres jurados. Uno dijo que era una gran novel, otro que era una porquería y el tercero no dijo nada, pero pensaba como el segundo.
El fiscal pidió seis meses de condena en suspenso. El jurado me otorgó tres meses. Esos tres meses no ameritaban encarcelamiento pero quedaba a disposición de ellos. Cualquier desorden, me encarcelaban.
Yo estaba preparando otra novela pero con eso me detuve. Hablaba de la corrupción de los militares. Con esta podía ir a la cárcel directamente.
AN: ¿Este hecho de 1964 detuvo la pluma del maestro Pellegrini?
RP: Lo dejé un tiempo por otras circunstancias. Después viajé a Europa, fui a Francia, España e Italia y escribí otros tres libros.
AN: ¿Qué puede encontrar el lector en la novela? ¿Alguna sorpresa?
RP: La sorpresa es que es la primera novela argentina que toca la homosexualidad. Allí empieza la sorpresa. Cito a una cantidad de libros que tocan el tema de la homosexualidad. Contiene cosas que no se habían publicado en ese entonces.
AN: ¿Era la intención de Asfalto trascender?
RP: No, yo empecé a creer en la fuerza de Asfalto cuando inició el juicio por lo que provocó.
Asfalto
Asfalto
Para escribir un libro como Asfalto, se requiere, indudablemente, un gran caudal de valentía y verdad. En un medio que hace oficio de descubrir similitudes entre autor y personaje, desnudar una vida como lo hace aquí Renato Pellegrini, aunque esa vida esté rotulada "Novela" , requiere valor y convicción respecto de lo que se quiera hacer y de lo que se hace. Sin duda el lector hambriento de chismes, es llevado a suponer autobiográfico este libro
Eduardo Ales es un personaje en extremo logrado. Pero hay otro que lo sobrepasa: la Ciudad, el asfalto devorador de inocencias, de ilusiones, de proyectos, de futuros, Renato Pellegrini es un poeta de la calle, de la noche, de la luz artificial y de las madrugadas que revelan los párpados marchitos y las conciencias deshechas. Ve de la Argentina un rostro que pocas veces es dado ver y expresar como él lo hace. Abomina de ella pero a ella pertenece y la sufre, por eso la desnuda y la castiga y se castiga con su propio azote. Su pintura es un grito con cuyo eco pretende salvar al hombre. Se sitúa en el silencio y en la vergüenza de una generación en peligro y los muestra sin ambages, descarnados, con una crueldad de la que sólo son capaces los niños y los verdaderos artistas. Escarba en la basura y la esgrime como arma para evitar la basura. Hasta la grosería alcanza por él grandeza, porque la usa para traducir la desesperación que ronda a los hombres que no encuentran su salida.
El estilo de Pellegrini, telegráfico, justo, exacto en la adjetivación, muestra como particularidad la frase cortada luego del artículo. Y la precisión de esa frase trunca permite que el lector la complete sin dificultad. El sentido está allí, íntegro, completo. Aunque las palabras falten entre el artículo y el punto.
Asfalto es un libro que debe leerse sin prejuicios
Eduardo Ales es un personaje en extremo logrado. Pero hay otro que lo sobrepasa: la Ciudad, el asfalto devorador de inocencias, de ilusiones, de proyectos, de futuros, Renato Pellegrini es un poeta de la calle, de la noche, de la luz artificial y de las madrugadas que revelan los párpados marchitos y las conciencias deshechas. Ve de la Argentina un rostro que pocas veces es dado ver y expresar como él lo hace. Abomina de ella pero a ella pertenece y la sufre, por eso la desnuda y la castiga y se castiga con su propio azote. Su pintura es un grito con cuyo eco pretende salvar al hombre. Se sitúa en el silencio y en la vergüenza de una generación en peligro y los muestra sin ambages, descarnados, con una crueldad de la que sólo son capaces los niños y los verdaderos artistas. Escarba en la basura y la esgrime como arma para evitar la basura. Hasta la grosería alcanza por él grandeza, porque la usa para traducir la desesperación que ronda a los hombres que no encuentran su salida.
El estilo de Pellegrini, telegráfico, justo, exacto en la adjetivación, muestra como particularidad la frase cortada luego del artículo. Y la precisión de esa frase trunca permite que el lector la complete sin dificultad. El sentido está allí, íntegro, completo. Aunque las palabras falten entre el artículo y el punto.
Asfalto es un libro que debe leerse sin prejuicios
martes, 19 de febrero de 2008
Asfalto
ASFALTO EN EL TIEMPO; NOTAS PARA UN PRÓLOGO
“en literatura no hay temas prohibidos”
François Mauriac
Hacia fines de los años 50, las mentes más creadoras y los talentos más aguerridos de la cultura occidental, en particular en el ámbito del buen teatro dramático y del cine de calidad, se decidieron a enfrentar un tema que hasta el momento el arte de masas de la posguerra había evitado: la homosexualidad y, en particular, el homoerotismo masculino. Los intentos al principio fueron tímidos, e incluso mojigatos (como en la cinta de Vincent Minelli Tea and Simpathy, de 1956, con guión de Robert Anderson basado en su propia pieza de teatro). En ese filme, el personaje masculino, un estudiante delicado ehipersensible, muestra señales afeminadas y es objeto de burlas conmiserativas, hasta que luego “se redime” en el amor convencional hacia una profesora de mayor edad. A pesar de su tratamiento esquemático y mediatizado del tema, que hoy nos provoca más bien incomodidad e incluso indignación, ese filme comenzó a poner la homosexualidad en el ámbito de los argumentos y conflictos que el llamado “gran público” podía empezar a digerir y a procesar.
Es casi seguro que con películas de ese corte los estudios multimillonarios de Hollywood estaban tanteando las aguas, auscultando cuidadosamente la permeabilidad del público, su capacidad para sensibilizarse ante temas insólitos de esa índole. La aceptación que tuvo ese filme de Minelli y otros análogos producidos por esos años, y el éxito alcanzado por diversas obras de teatro que se estrenaron por entonces y giraban también en torno a la homosexualidad, fueron demostrando que el público no sólo aceptaba esos temas, sino que además (y esto era lo más importante) amplios sectores de ese público tenían necesidad de que los medios de expresión los expusieran. Se hizo evidente que muchas personas disfrutaban un tratamiento interesante y digno de esos temas, y esperaban que se presentaran otras obras de ese género.
Ese “deshielo”, por suerte, prosiguió y fue tomando dimensiones más profundas, y pasó muy pronto al ámbito de las producciones teatrales y cinematográficas con jugosos presupuestos y aspiraciones de éxito multitudinario. En los escenarios de Estados Unidos, el dramaturgo Tennessee Williams estaba estrenando piezas que se convirtieron en hitos de esa evolución (Cat on a Hot Tin Roof, de 1955; Suddenly Last Summer, de 1957, entre otras), pues se adentraban con enorme coraje y brillantez en la exploración de la homosexualidad y el examen de la vida cotidiana de individuos muy diferentes entre sí, pero cuya identidad y conflictos estaban enmarcados en el hecho de ser homosexuales. Williams fue obviamente un pionero en ese terreno; el éxito de sus piezas teatrales fue posiblemente uno de los factores principales que llevó a ciertas mentes creativas de la industria del cine de aquellos años a explotar las posibilidades de esos temas, tanto en términos de temática renovadora, artísticamente fértil, como de cuantiosas ganancias. Era obvio que los espectadores estaban no sólo preparados para escuchar y ver esos conflictos, sino además muy interesados; es más, necesitados de que esos temas se sacaran a la luz.
Así, poco a poco, la industria del cine empezó a desempeñar una función esclarecedora al exhibir por el mundo numerosas obras que trataban el tema con más decisión y temeridad. Las obras de Tennesse Williams se convirtieron pronto en películas de gran éxito, interpretadas por estrellas de primera línea de Hollywood como Elizabeth Taylor, Paul Newman, Katharine Hepburn, Montgomery Clift y otros (Cat on a Hot Tin Roof en 1958, dirigida por Richard Brooks; Suddenly Last Summer en 1959, dirigida por Joseph L. Mankiewicz, para sólo mencionar dos casos bien conocidos). [1] Desde luego, esa llegada del homoerotismo al cine se había visto precedida por la irrupción del tema en la narrativa de Europa. Desde los años 20 y 30, y en particular en Francia, el tema había sido tratado en importantes obras de diversos autores de mérito, entre ellos Marcel Proust, André Gide, Jean Cocteau, Roger Peyrefitte, Jean Genet y otros. Pero ninguna literatura podía ni puede competir con el cine en términos de público consumidor; es por eso que la evolución que resumo en los párrafos anteriores me parece fundamental.
Mientras eso sucedía en el cine y el teatro del resto del mundo, en América Latina predominaba un entorno muy distinto. Muy pocos son los casos en que la narrativa, el teatro o el cine latinoamericanos de la posguerra o de etapas anteriores aluden, aunque sea tangencial y tímidamente, al tema del homoerotismo. Reinaba un monstruoso tabú al respecto. En 1952, Carlo Coccioli, un autor italiano que por esos años se radicó en México, publicó en París su novela Fabrizio Lupo, la cual presenta personajes homosexuales en un ambiente latinoamericano, pero se aproxima a los conflictos de esos personajes con bastante timidez, y desde una perspectiva moralista y culpable muy similar a la que se expone en Té y simpatía. En Cuba, en ---, un narrador de primera línea, Carlos Montenegro, presentó el tema de las prácticas homosexuales en las cárceles de su país en la novela Hombres sin mujer; pero desde el mismo título cualquier lector capta fácilmente que el libro hablará de hombres que tienen sexo con otros hombres porque… no tienen a ninguna mujer al alcance. Hay que buscar con lupa en las extensas bibliografías de autores latinoamericanos de la posguerra para encontrar textos de ficción en que se mencione o se evoque abiertamente la homosexualidad.
Es por eso que la publicación de Asfalto en Buenos Aires en 1964 constituye un hito fundamental. Ya hoy en día diversos estudiosos de la historia literaria latinoamericana, como Herbert J. Brant y otros han reconocido que se trata de la primera novela argentina que trató el tema del amor homosexual entre hombres de manera franca, profunda y literariamente lograda.[2] La reacción no se hizo esperar. Como es sabido, ese “atrevimiento” le valió a Pellegrini un proceso judicial, la confiscación de los ejemplares de la primera edición y el silencio hipócrita de los críticos.[3] La novela Asfalto no se volvió a publicar en Argentina hasta agosto de 2004, cuando se cumplieron 40 años de su aparición.
Pero además de sus valores históricos en lo que respecta al tratamientos de temas hasta entonces insólitos, la novela Asfalto resulta una obra excepcional por sus méritos eminentemente literarios. Al concluir su lectura el lector se queda estremecido por una conmoción que sólo causan las novelas efectivas, las que ponen los recursos estilísticos al servicio de los hechos narrados con emoción genuina. A ese respecto, no es ni remotamente casual la mención del cine al inicio de este texto, pues las modalidades con se trató la homsexualidad en la pantalla en esa época es esencial para el tono y el ritmo con que Pellegrini decide presentarnos su historia.
La textura narrativa de este libro se asemeja a la de un guión de cine, por su acertado empleo de frases muy breves, elipsis descriptivas, tono entrecortado, visiones relampagueantes, como las que usualmente pone en su trabajo un guionista cinematográfico. Véanse, a modo de ejemplo, estas líneas en que el protagonista expresa su angustia solitaria en la ciudad desconocida: “Yo. Cines. Títulos de películas en las marquesinas. (…) Hombres y mujeres encerrados en jaulas de cristales. Pájaros lustrosos, nocturnales. Pizarra de un diario. Noticias. Cafés. Gente. Siempre gente. En todas partes. Como hormigas. (…) Mundo amarillento, caras gozosas, tristes, cerosas, brillantes, infladas, sonrientes, elásticas, perrunas, asustadas. Ciudad. Yo.” Heredero tal vez de los narradores norteamericanos de los años 50 (Hemingway, Dos Passos y Fitzgerald, sobre todo) y del inglés directo y sintético que esos autores habían usado (en obras como Manhattan Transfer , por ejemplo), Pellegrini no pierde tiempo en descripciones naturalistas ni en prolijas reconstrucciones de detalles: su lenguaje va al ritmo del cine, de los cortes y contrastes con que el lenguaje de las películas trasmite en un instante toda la complejidad de una intrincada situación sicológica. En este sentido, el estilo utilizado en Asfalto es toda una ejemplar lección anti-rétorica, un aprendizaje de austeridad, que resultaba muy saludable en el ambiente de la narrativa latinoamericana de esos años, sobrecargada de lentitud decimonónica y barroquismo inútil.
Con ese instrumental utilizado hábilmente, Pellegrini nos regala uno de los personajes más inolvidables de la narrativa de esos años en América Latina. Eduardo Ales, el joven pobre de 17 años que llega a Buenos Aires desde la provincia y se sumerge en las tentaciones de los círculos homosexuales secretos de esa ciudad, ingresa con suma dignidad en el catálogo de los muchachos tiernos y angustiados de las grandes novelas del siglo XX que tocaron o rozaron los temas homoeróticos; Eduardo aprende los rigores de la vida sexual en la compañía deslumbrante de Törless, Tonio Kröger, Juan Cristóbal y tantos otros. Pero con una particularidad esencial: incorpora tonalidades y dimensiones característicos de América Latina, con su lastre de machismo, violencia, esquemas despreciativos y mecanismos abusivos. Sin dejar de trasmitir al lector la aridez y la sensualidad corrosiva del medio en que Eduardo desemboca al llegar a Buenos Aires, sin atenuar en nada la crudeza de su trágico desamparo, el personaje exhibe aspectos de una delicadeza conmovedora, en que el lector descubre con ternura la vulnerabilidad de este muchacho, su necesidad de cariño y su disposición a la bondad. En otras palabras, el lector se enamora también de ese cuerpo juvenil de Eduardo, que es codiciado por tantos hombres, y al mismo tiempo, mientras lee, participa del afán de otros hombres por protegerlo y orientarlo para que no se corrompa.
El estilo de Pellegrini, con esos cortes simples y esas frases breves, emblemáticas, contribuye a que esa tangibilidad del personaje, esa interacción pasional entre el lector y la ficción, no tropiece con ningún aditamento retórico, por suerte. Las frases caen en la página como segmentadas por la misma violencia del proceso que Eduardo va sufriendo al aprender que es un cuerpo deseado y al aceptar los aspectos de ese deseo que lo van satisfaciendo. Todo va apareciendo en estas páginas con mesura, pero con desnudez, sin adornos, de manera despojada pero muy efectiva; el autor no trata nunca de elaborar las reacciones del personaje, sino de darlas en su simplicidad más expresiva: “Hice un gesto de desaliento. Mi compañero, irritado, entregó una moneda al guarda. Lo miré cual perro agradecido. Lamerle la mano.” Ese “lamerle la mano” vale, en mi opinión, por todo un párrafo de descripciones sicologizantes.
Y ese recurso, que el autor utiliza sin exceso, sólo cuando es imprescindible, pero de manera siempre reveladora, es algo que contribuye a la modernidad de la narración, y al hecho de que hoy en día esta novela se lea y se disfrute a plenitud, como si se tratara de una obra recién escrita.
Reinaldo García Ramos
Miami Beach, septiembre de 2006
[1] Y esa evolución tuvo muy pronto sus repercusiones del otro lado del Atlántico, en Londres, donde se estaba haciendo también desde años antes un excelente teatro y un cine de alta calidad. Mencionemos un par de ejemplos: En 1961, una pieza de Shelagh Delaney (A Taste of Honey ) que había tenido enorme éxito en los escenarios al presentar de modo conmovedor y respetuoso la amistad entre una muchacha heterosexual y un joven homosexual fue llevada al cine por un director de primera línea, Tony Richardson, y se convirtió en una de las películas más taquilleras de esos años. También en 1961 se estrenó otra película en la que el tema se abordaba con más coraje aún, Victim, dirigida por Basil Dearden y protagonizada por el actor más admirado y promisorio del cine inglés de esos años, Dick Bogarde. El filme de Dearden es un hito fundamental en esta historia, pues describe sin pelos en la lengua la horrible situación en que estaban los hombres londinenses a consecuencia de las leyes inglesas que condenaban la homosexualidad y que los obligaban a llevar una vida falsa, en que ocultaban sus inclinaciones, convirtiéndose por eso en víctimas de una red de chantajistas que los amenazaban con revelar detalles de su intimidad y arruinar así la reputación que se habían ganado en aquella sociedad tan reprimida.
[2] Véase, por ejemplo, el ensayo “Subjetividad y cultura gay en la novela Asfalto de Renato Pellegrini”, del profesor Herbert J. Brant, de la Universidad de Indiana, en Indianápolis, en que afirma: “Si bien a menudo se cita El beso de la mujer araña de Manuel Puig (1976) como la primera novela argentina que abiertamente se refiere a condiciones de homosexualidad sin caer en la tradicional actitud de condena moralizante, Asfalto de Pellegrini, que antecede a la novela de Puig en doce años, es mucho más revolucionaria en términos tanto de contenido como de actitud.” (Texto recogido en el apéndice de la edición de aniversario de Asfalto; Buenos Aires, Ediciones Tirso, 2004.)
[3] Para más detalles, véase el texto redactado por el profesor Osvaldo Sabino, de Wayne State University (Detroit, Michigan) para la enciclopedia Latin American Writers on Gay and Lesbian Themes: a Bio-critical Sourcebook , editada por David William Foster (Westport, Connecticut, Greenwood Publishing Group, 1994). Al hablar de la salida de Asfalto, Sabino dice, entre otras cosas: “La única crítica fue firmada por Adolfo Mitre en el diario La Nación” y añade: “un juez, de acuerdo con las provisiones sobre obscenidad del Código Penal vigente, había ordenado el arresto del autor y la confiscación de toda la edición de la obra”.
“en literatura no hay temas prohibidos”
François Mauriac
Hacia fines de los años 50, las mentes más creadoras y los talentos más aguerridos de la cultura occidental, en particular en el ámbito del buen teatro dramático y del cine de calidad, se decidieron a enfrentar un tema que hasta el momento el arte de masas de la posguerra había evitado: la homosexualidad y, en particular, el homoerotismo masculino. Los intentos al principio fueron tímidos, e incluso mojigatos (como en la cinta de Vincent Minelli Tea and Simpathy, de 1956, con guión de Robert Anderson basado en su propia pieza de teatro). En ese filme, el personaje masculino, un estudiante delicado ehipersensible, muestra señales afeminadas y es objeto de burlas conmiserativas, hasta que luego “se redime” en el amor convencional hacia una profesora de mayor edad. A pesar de su tratamiento esquemático y mediatizado del tema, que hoy nos provoca más bien incomodidad e incluso indignación, ese filme comenzó a poner la homosexualidad en el ámbito de los argumentos y conflictos que el llamado “gran público” podía empezar a digerir y a procesar.
Es casi seguro que con películas de ese corte los estudios multimillonarios de Hollywood estaban tanteando las aguas, auscultando cuidadosamente la permeabilidad del público, su capacidad para sensibilizarse ante temas insólitos de esa índole. La aceptación que tuvo ese filme de Minelli y otros análogos producidos por esos años, y el éxito alcanzado por diversas obras de teatro que se estrenaron por entonces y giraban también en torno a la homosexualidad, fueron demostrando que el público no sólo aceptaba esos temas, sino que además (y esto era lo más importante) amplios sectores de ese público tenían necesidad de que los medios de expresión los expusieran. Se hizo evidente que muchas personas disfrutaban un tratamiento interesante y digno de esos temas, y esperaban que se presentaran otras obras de ese género.
Ese “deshielo”, por suerte, prosiguió y fue tomando dimensiones más profundas, y pasó muy pronto al ámbito de las producciones teatrales y cinematográficas con jugosos presupuestos y aspiraciones de éxito multitudinario. En los escenarios de Estados Unidos, el dramaturgo Tennessee Williams estaba estrenando piezas que se convirtieron en hitos de esa evolución (Cat on a Hot Tin Roof, de 1955; Suddenly Last Summer, de 1957, entre otras), pues se adentraban con enorme coraje y brillantez en la exploración de la homosexualidad y el examen de la vida cotidiana de individuos muy diferentes entre sí, pero cuya identidad y conflictos estaban enmarcados en el hecho de ser homosexuales. Williams fue obviamente un pionero en ese terreno; el éxito de sus piezas teatrales fue posiblemente uno de los factores principales que llevó a ciertas mentes creativas de la industria del cine de aquellos años a explotar las posibilidades de esos temas, tanto en términos de temática renovadora, artísticamente fértil, como de cuantiosas ganancias. Era obvio que los espectadores estaban no sólo preparados para escuchar y ver esos conflictos, sino además muy interesados; es más, necesitados de que esos temas se sacaran a la luz.
Así, poco a poco, la industria del cine empezó a desempeñar una función esclarecedora al exhibir por el mundo numerosas obras que trataban el tema con más decisión y temeridad. Las obras de Tennesse Williams se convirtieron pronto en películas de gran éxito, interpretadas por estrellas de primera línea de Hollywood como Elizabeth Taylor, Paul Newman, Katharine Hepburn, Montgomery Clift y otros (Cat on a Hot Tin Roof en 1958, dirigida por Richard Brooks; Suddenly Last Summer en 1959, dirigida por Joseph L. Mankiewicz, para sólo mencionar dos casos bien conocidos). [1] Desde luego, esa llegada del homoerotismo al cine se había visto precedida por la irrupción del tema en la narrativa de Europa. Desde los años 20 y 30, y en particular en Francia, el tema había sido tratado en importantes obras de diversos autores de mérito, entre ellos Marcel Proust, André Gide, Jean Cocteau, Roger Peyrefitte, Jean Genet y otros. Pero ninguna literatura podía ni puede competir con el cine en términos de público consumidor; es por eso que la evolución que resumo en los párrafos anteriores me parece fundamental.
Mientras eso sucedía en el cine y el teatro del resto del mundo, en América Latina predominaba un entorno muy distinto. Muy pocos son los casos en que la narrativa, el teatro o el cine latinoamericanos de la posguerra o de etapas anteriores aluden, aunque sea tangencial y tímidamente, al tema del homoerotismo. Reinaba un monstruoso tabú al respecto. En 1952, Carlo Coccioli, un autor italiano que por esos años se radicó en México, publicó en París su novela Fabrizio Lupo, la cual presenta personajes homosexuales en un ambiente latinoamericano, pero se aproxima a los conflictos de esos personajes con bastante timidez, y desde una perspectiva moralista y culpable muy similar a la que se expone en Té y simpatía. En Cuba, en ---, un narrador de primera línea, Carlos Montenegro, presentó el tema de las prácticas homosexuales en las cárceles de su país en la novela Hombres sin mujer; pero desde el mismo título cualquier lector capta fácilmente que el libro hablará de hombres que tienen sexo con otros hombres porque… no tienen a ninguna mujer al alcance. Hay que buscar con lupa en las extensas bibliografías de autores latinoamericanos de la posguerra para encontrar textos de ficción en que se mencione o se evoque abiertamente la homosexualidad.
Es por eso que la publicación de Asfalto en Buenos Aires en 1964 constituye un hito fundamental. Ya hoy en día diversos estudiosos de la historia literaria latinoamericana, como Herbert J. Brant y otros han reconocido que se trata de la primera novela argentina que trató el tema del amor homosexual entre hombres de manera franca, profunda y literariamente lograda.[2] La reacción no se hizo esperar. Como es sabido, ese “atrevimiento” le valió a Pellegrini un proceso judicial, la confiscación de los ejemplares de la primera edición y el silencio hipócrita de los críticos.[3] La novela Asfalto no se volvió a publicar en Argentina hasta agosto de 2004, cuando se cumplieron 40 años de su aparición.
Pero además de sus valores históricos en lo que respecta al tratamientos de temas hasta entonces insólitos, la novela Asfalto resulta una obra excepcional por sus méritos eminentemente literarios. Al concluir su lectura el lector se queda estremecido por una conmoción que sólo causan las novelas efectivas, las que ponen los recursos estilísticos al servicio de los hechos narrados con emoción genuina. A ese respecto, no es ni remotamente casual la mención del cine al inicio de este texto, pues las modalidades con se trató la homsexualidad en la pantalla en esa época es esencial para el tono y el ritmo con que Pellegrini decide presentarnos su historia.
La textura narrativa de este libro se asemeja a la de un guión de cine, por su acertado empleo de frases muy breves, elipsis descriptivas, tono entrecortado, visiones relampagueantes, como las que usualmente pone en su trabajo un guionista cinematográfico. Véanse, a modo de ejemplo, estas líneas en que el protagonista expresa su angustia solitaria en la ciudad desconocida: “Yo. Cines. Títulos de películas en las marquesinas. (…) Hombres y mujeres encerrados en jaulas de cristales. Pájaros lustrosos, nocturnales. Pizarra de un diario. Noticias. Cafés. Gente. Siempre gente. En todas partes. Como hormigas. (…) Mundo amarillento, caras gozosas, tristes, cerosas, brillantes, infladas, sonrientes, elásticas, perrunas, asustadas. Ciudad. Yo.” Heredero tal vez de los narradores norteamericanos de los años 50 (Hemingway, Dos Passos y Fitzgerald, sobre todo) y del inglés directo y sintético que esos autores habían usado (en obras como Manhattan Transfer , por ejemplo), Pellegrini no pierde tiempo en descripciones naturalistas ni en prolijas reconstrucciones de detalles: su lenguaje va al ritmo del cine, de los cortes y contrastes con que el lenguaje de las películas trasmite en un instante toda la complejidad de una intrincada situación sicológica. En este sentido, el estilo utilizado en Asfalto es toda una ejemplar lección anti-rétorica, un aprendizaje de austeridad, que resultaba muy saludable en el ambiente de la narrativa latinoamericana de esos años, sobrecargada de lentitud decimonónica y barroquismo inútil.
Con ese instrumental utilizado hábilmente, Pellegrini nos regala uno de los personajes más inolvidables de la narrativa de esos años en América Latina. Eduardo Ales, el joven pobre de 17 años que llega a Buenos Aires desde la provincia y se sumerge en las tentaciones de los círculos homosexuales secretos de esa ciudad, ingresa con suma dignidad en el catálogo de los muchachos tiernos y angustiados de las grandes novelas del siglo XX que tocaron o rozaron los temas homoeróticos; Eduardo aprende los rigores de la vida sexual en la compañía deslumbrante de Törless, Tonio Kröger, Juan Cristóbal y tantos otros. Pero con una particularidad esencial: incorpora tonalidades y dimensiones característicos de América Latina, con su lastre de machismo, violencia, esquemas despreciativos y mecanismos abusivos. Sin dejar de trasmitir al lector la aridez y la sensualidad corrosiva del medio en que Eduardo desemboca al llegar a Buenos Aires, sin atenuar en nada la crudeza de su trágico desamparo, el personaje exhibe aspectos de una delicadeza conmovedora, en que el lector descubre con ternura la vulnerabilidad de este muchacho, su necesidad de cariño y su disposición a la bondad. En otras palabras, el lector se enamora también de ese cuerpo juvenil de Eduardo, que es codiciado por tantos hombres, y al mismo tiempo, mientras lee, participa del afán de otros hombres por protegerlo y orientarlo para que no se corrompa.
El estilo de Pellegrini, con esos cortes simples y esas frases breves, emblemáticas, contribuye a que esa tangibilidad del personaje, esa interacción pasional entre el lector y la ficción, no tropiece con ningún aditamento retórico, por suerte. Las frases caen en la página como segmentadas por la misma violencia del proceso que Eduardo va sufriendo al aprender que es un cuerpo deseado y al aceptar los aspectos de ese deseo que lo van satisfaciendo. Todo va apareciendo en estas páginas con mesura, pero con desnudez, sin adornos, de manera despojada pero muy efectiva; el autor no trata nunca de elaborar las reacciones del personaje, sino de darlas en su simplicidad más expresiva: “Hice un gesto de desaliento. Mi compañero, irritado, entregó una moneda al guarda. Lo miré cual perro agradecido. Lamerle la mano.” Ese “lamerle la mano” vale, en mi opinión, por todo un párrafo de descripciones sicologizantes.
Y ese recurso, que el autor utiliza sin exceso, sólo cuando es imprescindible, pero de manera siempre reveladora, es algo que contribuye a la modernidad de la narración, y al hecho de que hoy en día esta novela se lea y se disfrute a plenitud, como si se tratara de una obra recién escrita.
Reinaldo García Ramos
Miami Beach, septiembre de 2006
[1] Y esa evolución tuvo muy pronto sus repercusiones del otro lado del Atlántico, en Londres, donde se estaba haciendo también desde años antes un excelente teatro y un cine de alta calidad. Mencionemos un par de ejemplos: En 1961, una pieza de Shelagh Delaney (A Taste of Honey ) que había tenido enorme éxito en los escenarios al presentar de modo conmovedor y respetuoso la amistad entre una muchacha heterosexual y un joven homosexual fue llevada al cine por un director de primera línea, Tony Richardson, y se convirtió en una de las películas más taquilleras de esos años. También en 1961 se estrenó otra película en la que el tema se abordaba con más coraje aún, Victim, dirigida por Basil Dearden y protagonizada por el actor más admirado y promisorio del cine inglés de esos años, Dick Bogarde. El filme de Dearden es un hito fundamental en esta historia, pues describe sin pelos en la lengua la horrible situación en que estaban los hombres londinenses a consecuencia de las leyes inglesas que condenaban la homosexualidad y que los obligaban a llevar una vida falsa, en que ocultaban sus inclinaciones, convirtiéndose por eso en víctimas de una red de chantajistas que los amenazaban con revelar detalles de su intimidad y arruinar así la reputación que se habían ganado en aquella sociedad tan reprimida.
[2] Véase, por ejemplo, el ensayo “Subjetividad y cultura gay en la novela Asfalto de Renato Pellegrini”, del profesor Herbert J. Brant, de la Universidad de Indiana, en Indianápolis, en que afirma: “Si bien a menudo se cita El beso de la mujer araña de Manuel Puig (1976) como la primera novela argentina que abiertamente se refiere a condiciones de homosexualidad sin caer en la tradicional actitud de condena moralizante, Asfalto de Pellegrini, que antecede a la novela de Puig en doce años, es mucho más revolucionaria en términos tanto de contenido como de actitud.” (Texto recogido en el apéndice de la edición de aniversario de Asfalto; Buenos Aires, Ediciones Tirso, 2004.)
[3] Para más detalles, véase el texto redactado por el profesor Osvaldo Sabino, de Wayne State University (Detroit, Michigan) para la enciclopedia Latin American Writers on Gay and Lesbian Themes: a Bio-critical Sourcebook , editada por David William Foster (Westport, Connecticut, Greenwood Publishing Group, 1994). Al hablar de la salida de Asfalto, Sabino dice, entre otras cosas: “La única crítica fue firmada por Adolfo Mitre en el diario La Nación” y añade: “un juez, de acuerdo con las provisiones sobre obscenidad del Código Penal vigente, había ordenado el arresto del autor y la confiscación de toda la edición de la obra”.
Biografia
Pellegrini nació en Villa María, un pueblo de la provincia de Córdoba. A los dieciséis años, después de abandonar la escuela secundaria, falsificó sus documentos y se escapó a Buenos Aires, "porque la vida en un pueblo siempre es sofocante". Al llegar a la Capital, se instaló en una de las pensiones baratas de la Avenida de Mayo. Poco tiempo después, consiguió un empleo en una tienda donde lo dejaban dormir en un cuarto miserable que había en los fondos. Viviendo en tales condiciones, sufrió una infección de piojos tal que tuvo que ser hospitalizado durante dos meses. Esta experiencia de la vida real apareció reflejada en su primera novela, Siranger (Ed. Tirso, 1957) y, a causa de este incidente, según Abelardo Arias, "fue, justamente, Renato Pellegrini, quien introdujo los piojos en la literatura argentina".Pellegrini trabajó para la Editorial Tirso, fundada por el mismo Abelardo Arias y, al mismo tiempo, tenía un puesto de empleado en Fabricaciones Militares, en la Ciudad de Campana; también durante ese período, viajó extensamente por su país, la Argentina.Poco tiempo después de haber llegado a Buenos Aires, cuando Pellegrini contaba apenas con diecisiete años, conoció al escritor Abelardo Arias, con quien mantuvo una profunda y larga amistad. Editorial Tirso era la casa editora dirigida por Arias, que la usaba como medio para introducir en la Argentina a autores europeos homosexuales de la talla de Roger Peyrefitte, Carlo Coccioli, Henri de Montherlant, Julien Green, Albert Simonin y André Gide. Pellegrini obtuvo el cargo de editor y, según Arias, "esto lo afrancesó" al punto de convencerlo de viajar a París. Allí, Pellegrini se contactó estrechamente con los grupos existencialistas de la época que lo influyeron profundamente. A su retorno a Buenos Aires, alentado por el mismo Arias y por Manuel Mujica Lainez, comenzó a escribir la primera de sus tres novelas, Siranger. La biografía de Renato Pellegrini no guarda ni premios ni honores. Muy por el contrario, cuando se publicó Siranger, su primera novela, la Sociedad Argentina de Escritores le negó la faja de honor que le había sido otorgada; lo mismo sucedió con el Premio Anual de la Editorial Kraft. Asfalto (1964), su segunda novela, corrió peor suerte aún. Ese año, el jurado del Festival Literario de Necochea, compuesto por Silvina Bullrich, Jorge Masciangoli, y Abelardo Arias-estos dos últimos, escritores gay-entre otros, decidió no otorgarle el Primer Premio a causa del temor que les provocaba la temática de la obra. La novela, publicada por Editorial Tirso, fue censurada y confiscada, y el caso terminó ante la Suprema Corte de Justicia Argentina. De acuerdo con las palabras del mismo Pellegrini, el mejor reconocimiento que recibió de dicho Festival, fueron las palabras de la escritora Martha Lynch cuando declaró ante el público que "el mejor premio para Asfalto, fue haber causado tanto miedo que acabó por ser censurada por sus pares", y también las de Juan Jacobo Bajarlía-quien, además, fue el abogado defensor de Pellegrini-que dijo: "Renato Pellegrini orinaba sobre todos los moralistas de Buenos Aires". Los rasgos más destacables que se ponen de relieve en la narrativa de Pellegrini incluyen la economía descriptiva propia del existencialismo, que aparece enlazada con claros toques neo-naturalistas que evocan una tradición literaria muy Argentina, algo que se ve especialmente en obras como las de Roberto Arlt, David Viñas, o la del autor a quien lo unía una profunda amistad con Pellegrini, Manuel Mujica Lainez, quien solía decir que no podía "concebir que alguien pudiese hacer semejante mezcla de géneros".Siranger fue escrita durante 1955. Después de las complicaciones que emergieron a causa de que le fuera negado el Premio Novela de Editorial Kraft, fue publicada, en 1957, por Tirso. Indudablemente, y a pesar de los varios críticos que han pretendido ignorarla al constituir el canon de la novela gay argentina, es la primera novela del país que presenta abiertamente la temática homosexual. La obra fue presentada públicamente por los escritores Abelardo Arias y Manuel Mujica Lainez, y gozó de una excelente recepción crítica. Es una novela divida en tres secciones. Las dos primeras se enfocan sobre el personaje principal, Gerardo Leni, y su relación con el amigo que lo recoge a su arribo a Buenos Aires, Jorge Retio. También se enfrenta con los constantes intentos de mantener relaciones con varias mujeres, entre ellas, Iris Day, una cantante de un club nocturno, que no tiene éxito en lograr su propósito de seducirlo. En la tercera parte, Gerardo encuentra a Jorge en la cama con un chico de doce años, y es allí donde comienza a desarrollarse la trama abiertamente gay. Después del descubrimiento de Gerardo, Jorge intenta, brutalmente, poseer a su amigo, pero él se resiste reprimiendo sus verdaderos sentimientos y horrorizándose ante los avances de su amigo. Jorge se siente avergonzado y le pide que lo perdone: "No es mi culpa ser como soy. Es algo más fuerte que yo" (p. 156). Tiempo después, Jorge termina en la cárcel acusado de pederastia, aunque Gerardo ignora cuál es el verdadero motivo y piensa que su amigo está en esa situación por culpa suya. Gracias a que consigue un mejor trabajo, el personaje central de la novela puede vivir una vida algo más confortable y disipada con sus nuevos amigos. Pero su vida amorosa con las mujeres va de mal en peor, y su relación insatisfecha con Iris Day termina trágicamente cuando ella, al sentirse rechazada, decide suicidarse. Es entonces cuando Gerardo recibe una nota de Jorge en la que éste le anuncia que pronto será liberado y que planea visitarlo: "No intentes escapar, no va a funcionar" (p. 149). Gerardo se sume en la desesperación ya que se da cuenta que no sólo ha traicionado a su mejor amigo pero, sobre todo, se ha traicionado a sí mismo, y decide arrojarse debajo de un tren. Un momento antes de cumplir con su cometido, se da cuenta de que Jorge ha estado siguiéndolo, se arroja sobre él en un vano intento de salvarlo, pero los dos mueren arrollados por la locomotora. "Cuando en 1964 publiqué mi segunda novela, Asfalto, en la que eliminé la discreta y cargada de culpa relación entre dos hombres que presentaba en Siranger, la situación crítica y legal fue completamente distinta. Me sentí totalmente solo, aislado". Manuel Mujica Lainez, que había escrito el prólogo para Asfalto, me permitió publicarlo, pero a último momento se negó a firmarlo con su propio nombre. Abelardo Arias-que además de ser un reconocido escritor homosexual era el director de la editorial Tirso-quien le había prometido hacer la presentación oficial, tuvo miedo ante las controversias que desataba la obra y, la misma tarde de la ceremonia, se disculpó y no lo hizo. Finalmente fue el escritor Pedro Orgambide quien tuvo el coraje de hacer los honores correspondientes. La única crítica fue firmada por Adolfo Mitre, en el diario La Nación. La revista Gente, en su número cero, publicó una entrevista con Pellegrini. Unos días después de la aparición de la novela, la escritora María Angélica Bosco, en uno de sus característicos gestos solidarios, le comunicó a Pellegrini que, sobre la base de una denuncia del Correo Central, un juez, de acuerdo con las previsiones sobre obscenidad del Código Penal vigente, había ordenado el arresto del autor y la confiscación de toda la edición de la obra. Defendido, como ya hemos mencionado, por el escritor Juan Jacobo Bajarlía, Pellegrini fue hallado inocente en dos ocasiones pero, cuando el caso alcanzó la Corte Suprema, perdió 2 a 1, y quedó con una sentencia de tres meses de prisión en suspenso. Por supuesto, el caso recibió una extensa cobertura periodística y, al final, la policía, informalmente, canceló la orden de confiscar las copias de la novela. Si bien los temas que plantean los distintos personajes de Asfalto, no son muy diferentes de aquellos de Siranger, el tratamiento y la visión de la sexualidad es completamente opuesto. En la primera de las novelas de Pellegrini, el descubrimiento de la atracción hacia una persona del mismo sexo está presentado con un gran peso de culpa y vergüenza que, siguiendo los lineamientos de la época, sólo podía terminar en un suicidio. En cambio, en Asfalto, a pesar de que algunas de las situaciones sexuales están presentadas con elementos aberrantes y cargados de violencia (seducciones encubiertas, violación, prostitución masculina), la filosofía que subyace en el texto es completamente diferente. Eduardo Ale, el personaje central, es un muchacho provinciano que, en la misma forma que Gerardo Leni, abandona sus estudios a la edad de dieciséis años y se escapa a Buenos Aires. Después de mantener algunas relaciones bastante desafortunadas, conoce a Ricardo Cabral, un ex diputado provincial que había perdido su banca a causa de un escándalo por pederastia.Cabral había pasado algunos años en la cárcel. Después de recuperar su libertad se había refugiado en la casa de su abuela, en Buenos Aires. Cabral, que presenta grandes paralelos con Jorge Retio, ampara a Eduardo y le consigue un empleo en la librería de un homosexual amigo de él. A excepción de Julia, una joven que vive en el piso de arriba del departamento de Ricardo y su abuela, y que se enamora de Eduardo, todos los personajes de la obra son homosexuales que no muestran ni culpa ni vergüenza por su condición. El corto romance entre Eduardo y Julia, le sirve al personaje para comprender que también él, como aquellos que lo rodean, puede alcanzar a vivir su sexualidad libremente.Asfalto incluye no sólo repetidas explicaciones acerca de la homosexualidad y el oscuro mundo en el que estaba forzada a desarrollarse en los años cincuenta, pero también una numerosa cantidad de alusiones científicas de aquel momento y un catálogo de homosexuales famosos de la historia universal, algo que jamás se había hecho hasta entonces en la literatura argentina. Desdichadamente, las complicaciones legales, la censura, la confiscación de la novela, el silencio crítico y el miedo de sus amigos y colegas, dieron como resultado el alejamiento de Renato Pellegrini de la literatura. En solapa de Asfalto se anuncia la próxima publicación de dos nuevas novelas del autor: La Columna y Fauna, pero, hasta la fecha, ninguna de las dos aparecieron. Desde la censura de Asfalto, a principios de la década de los años sesenta, Renato Pellegrini vive retirado del ambiente literario, en un barrio de Buenos Aires, casi completamente divorciado del mundillo literario de la capital.
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